Observar y escuchar a los niños es siempre placentero. Una suerte de colirio para los puntos de vista del espíritu nos asiste, si dedicamos tiempo a ellos.
Dicen y hacen cosas simpáticas, muchas veces geniales, otras preocupantes, como la siguiente historia, con urgencias de reflexión y toma de conducta ante los riesgos.
Pasaba alguien junto al portal de una vivienda donde dos niños jugaban y no quedaron indiferentes a la presencia de la muchacha, que no reparaba en ellos, pero se acercaba.
Con ternura la elogiaron una y otra vez, le llamaron linda haciendo gala de inocencia y picardía en paralelo, reclamaban empáticamente la atención de la joven, quien, sin poder evitarlo, solo sonreía discreta y contenida.
A nadie se le podría ocurrir ante la escena pensar en el acoso, ni teorizar sobre deconstrucción cultural o violencia de género.
Los pequeños fueron más allá de elogios y piropos pueriles, apareció entonces una invitación romántica, infantil, precipitada.
-Oye, muchacha, ¿te quieres casar conmigo?
-Con él no, cásate conmigo,-interrumpió el segundo y esta vez la propuesta llegó con valor agregado.
-Mira que tengo dinerito.
-Yo tengo más, -aseguraba el otro.
Y la muchacha podía sonreír todavía.
Puede causar risa sí, ellos casi todo lo decoran con su ingenuidad, pero qué pasa en este mundo si los niños empiezan a creer en el amor o la simpatía mercantilizados?
Cabe recordar el cuento de La cucarachita Martina, todo un rompecabezas para la protagonista encontrar al candidato adecuado, la paz y armonía no la garantizan todos.
Pero si ya no importara lo que hacemos de noche o de día, si no contara lo que somos o lo que sentimos, qué cosa fuera corazón, diría el poeta.
La cucarachita Martina digo y también me pregunto si en casa alguien les habrá leído o narrado por tradición, este, algún otro clásico, o la moraleja cualquiera que le inspire.
¿Es esta conducta de pretender el amor comprado, hoy día, un resultado de la imitación propia en las primeras edades de la vida? ¿Cuál es el paradigma que estamos marcando para ellos?
¿ Es el “dinerito” un valor fundamental a promover en el proceso de formación de la personalidad y el carácter de nuestros hijos? Resulta necesario y el mundo lo sabe, pero debemos pensar en cómo enseñarles a convivir con los conflictos que genera.
Mostrarles las mejores y más dignas maneras de ganar ese dinerito. Sobre todo, sembrar en la conciencia y el espíritu, la premisa de ir a conquistar los afectos sin asumir al querer como una mercancía.
Miremos y escuchemos más a nuestros niños. Tomar el pulso, la temperatura y otros signos vitales de la sociedad, se trata también de las vivencias cotidianas y puede ser tan revelador como un análisis científico a cualquier arista de la macroeconomía.
El matrimonio del futuro precisará recursos para sostenerse, claro está, pero habrá que ofrecer a su salud cosas diferentes, ojalá que intangibles; para obtener de ella o de él la ansiada respuesta: sí, quiero.