En nuestras andanzas periodísticas hemos colocado en la opinión pública disímiles temas, no siempre agradables. Uno de ellos fue hace dos años la pérdida de tomate en los campos artemiseños, una investigación replicada luego por el portal digital Cubadebate.
Aún recuerdo, entre casi un centenar de comentarios, a un internauta indignado porque, con ese tipo de reportajes le hacíamos el juego al enemigo, le dábamos más armas…, o algo por el estilo.
Semanas atrás encontré en las redes sociales una opinión similar, con argumentos casi iguales ante un cuestionamiento basado en la experiencia y el dolor.
Mi reacción fue inmediata; los argumentos vuelven a desarmar a una sociedad que intenta no aferrarse a consignas y triunfalismos, sino mirarse por dentro, ser leal al principio de la llamada crítica constructiva, y también al objetivo de la prensa en cuanto al análisis y la proposición de soluciones.
¿Son los medios de comunicación los únicos encargados de ejercer la crítica? Para nada. Lo hace el humor, con sus códigos y en cualquier espacio que se les facilite; lo hacen muchos artistas, que no viven en una urna de cristal y sienten en carne propia injusticias y lastres sociales, como también existe la crítica en el entorno del arte y la literatura.
Podemos encontrar otros ejemplos, sin lugar a dudas, de los que apuestan por el ejercicio del criterio. No concibo un congreso, asamblea o reunión donde se excluyan las valoraciones sobre el trabajo del gremio, o una nación que intente barrer bajo el tapete sus desaciertos, por temor a la opinión del “vecino” del Norte o la comunidad internacional.
¿Quiénes le infligen más daño al país?; ¿los que apuntan hacia lo mal hecho, convidan y aportan a enmendarlo, o aquellos que, investidos de facultades en el orden legal y social, traicionan la confianza de la mayoría, se saltan olímpicamente los procedimientos o no actúan en correspondencia con su responsabilidad?
Los discursos de barricada pasaron de época. Lo han dicho los grandes y lo reitero: trabajo político ideológico es hacer las cosas bien, es dar el máximo, sin estar exentos de errores y decisiones desacertadas, lo cual forma parte de la vida.
Ahora, tapar el sol con un dedo, además de permitir que los que tienen el deber moral y la potestad para denunciar los problemas no lo hagan, es tratar de echar por tierra la inteligencia, el raciocinio, la libertad de pensar y actuar, sobre la base de nuestros patrones.
La censura nos ha jugado pésimas partidas y su costo apenas puede medirse. Si cada mirada directa y precisa a lo incorrecto se convirtiera en objeto de análisis para los involucrados, llegarían nuevas alternativas a la escasez, el bloqueo, la crisis pospandémica…, condiciones en las cuales unos progresan y otros retroceden.
Resulta casi imposible dejar a un lado el parecer del más universal de los cubanos cuando definió:
“Criticar, no es morder, ni tenacear, ni clavar en la áspera picota, no es consagrarse impíamente a escudriñar con miradas avaras en la obra bella los lunares y manchas que la afean; es señalar con noble intento el lunar negro y desvanecer con mano piadosa la sombra que oscurece la obra bella. Criticar es amar”.
José Martí
No ayuda verlo todo negativo; tampoco todo de maravillas. En busca de equilibrio y con ansias insaciables de justicia social se mueven las revoluciones, en cualquier época, a lo largo del mundo. La nuestra persigue la misma utopía.