En los inicios de mis estudios geográficos sentí atracción por la espeleología, de cuyo provecho surgió un círculo de interés que dirigí durante casi dos años en la entonces Secundaria Básica en el Campo, Comandante Camilo Cienfuegos, conocida como Ceiba 3, levantada entre campos citrícolas, en medio de un paisaje intensamente cársico, próximo a la barriada artemiseña de Ingenio Nuevo.
Una de las primeras andanzas de aquel círculo de interés se vinculó a mediados de los años ’70 del pasado siglo a la cueva de Paredones, por aquel entonces un centro laboral dedicado al cultivo de hongos o setas comestibles de champiñón.
Esta cueva tiene origen freático y es la más grande de toda Cuba del tipo que el doctor Antonio Núñez Jiménez clasificó como Astón, en referencia a cavernas de similar origen y configuración, ubicadas en las cercanías del pueblo artemiseño de Las Cañas.
La de Paredones penetra 680 metros en las entrañas de la llanura cársica meridional de La Habana-Matanzas, hasta terminar en un lago freático, donde se reportan peces ciegos por el desuso secular del órgano de la visión en un ambiente de total oscuridad.
La entrada de la cueva se localiza a poca distancia de la carretera que une a Ceiba del Agua con Alquízar, en medio de una dolina o depresión donde una escalera de concreto, húmeda y resbalosa, construida a mediados del siglo XX en medio de un tajo de exuberante vegetación tropical, conduce al visitante a la galería principal.
Ya allí, se avanza sin mucha dificultad y con el auxilio de luz artificial, hasta el Salón de los Ídolos, donde una alta claraboya natural, a casi 30 metros del suelo, deja pasar la luz del sol, iluminando varias estalagmitas y llenando de esplendor subterráneo el maravilloso entorno.
La cueva fue explorada desde el punto de vista científico por primera vez en 1943, aunque estudios más detallados datan de 1954, cuando se descubrió en estratos de tierra roja un importante yacimiento de fósiles del período pleistoceno cubano, con abundantes muestras de huesos de mamíferos, reptiles y aves gigantescas.
Diez años antes, el afamado doctor René Herrera Fritot había descubierto un hacha petaloide y dos hachas ceremoniales de aparente procedencia aborigen, así como petroglifos de ídolos antropomorfos, entre ellos uno de 65 centímetros de altura en una estalagmita bajo la claraboya. Hasta hoy esas muestras de culturas ancestrales, desaparecidas desde hace mucho tiempo de sus lugares originales, son objeto de controversia en relación con el origen, pues mientras algunos sostienen que fueron hechas por aborígenes, otros defienden su posible relación con cultos afrocubanos, pues está probada la presencia de trabajo esclavo en el siglo XIX para las excavación de un pozo de agua.
Hoy esta cueva ha vuelto a su estado natural, pues los cultivos de hongos comestibles desaparecieron hace décadas y solo algunas visitas de interés docente o científico importunan la calma subterránea de una hermosa caverna abierta en las entrañas del subsuelo artemiseño.