-“Encima me exigen que los traiga temprano. Ya hice bastante con traerlos hoy. Después de la mala noche, debí dejarlos en la casa”.
Luego de escuchar aquellas palabras de una madre enfurecida supuse que los cortes al fluido eléctrico, por estos días, habían reducido también el poco raciocinio del que presumen algunos adultos. Solo así puede justificarse tanta ignorancia. Entender la educación de nuestros hijos como un acto opcional, al cual entramos o salimos a conveniencia es, sencillamente, inaceptable.
Esta moda inculta parece repetirse en los portones de no pocas escuelas artemiseñas. Luego de una noche oscura, usan a los pequeños como símbolo de venganza. Pregunto: ¿Dejarlos en casa es un ejercicio oportuno, lejos de los conocimientos, del juego saludable con los amigos y de las responsabilidades que en estas edades le son añadidas?
Mientras, los docentes, que también sienten en su carne las molestias de los constantes y prolongados apagones, muchos de ellos madres y padres de otros pequeños, asumen la vergüenza ajena de explicar a otras instancias las ausencias injustificadas dentro de su salón de clases.
¿A quién le hacemos daño? ¿Al gobierno? ¿A la Revolución? ¿Al presidente? ¿Al maestro? ¿Al director o directora del centro? Para mi está claro. Solo repercutimos negativamente en nuestros hijos. En esos seres a quienes les debemos el ejemplo, el cuidado y la guía certera.
El compromiso que tenemos como adultos de modelar el comportamiento y los valores de nuestros hijos es fundamental. Cada elección que hacemos, cada actitud que mostramos, impacta directamente en el desarrollo y la formación de los pequeños. La educación va más allá de las materias académicas; es la base sobre la cual construimos ciudadanos responsables.
Al desvalorizar la importancia de la enseñanza y desatender la responsabilidad con la formación de nuestros hijos, no solo les estamos negando oportunidades, sino que también socavamos los cimientos de su futuro.
Nuestros niños son el reflejo de lo que sembramos en ellos: si les brindamos amor, respeto y educación, cosecharemos adultos comprometidos con su entorno.
Si como sus máximos responsables en estas edades nobles, no incidimos con las mejores maneras de hacer y pensar, de locos sería esperar adultos identificados, incluso, con el cuidado de sus mayores cuando los años lo requieran.
En cambio muchos prefieren alentar las campañas de descrédito a la Revolución cubana que, si bien es una obra totalmente perfectible, ha puesto la educación al más alto nivel.
En tiempos de desafíos y dificultades, es crucial mantener la claridad de pensamiento y la comprensión de que el verdadero daño no se causa a instituciones o figuras públicas, sino a nuestros propios hijos y al futuro que les estamos forjando. Educación, respeto y responsabilidad son las piedras angulares para la prosperidad que tanto reclamamos. Porque incluso para oponerse a algo, para criticar e imponer nuestros modos, hay que obrar con inteligencia.
Vuelvo a las palabras del inicio. ¿Habrá preguntado la madre a sus hijos si ellos estaban de acuerdo en llegar tarde? ¿Preferían ellos señalarse entre la clase como incumplidores, por una decisión que no tomaron? Reflexionemos.
Hace más de un año, nuestra sociedad se debatía entre la aprobación, o no, de un nuevo Código de las Familias. Muchos progenitores arremetieron, desde el desconocimiento, contra el cambio de patria potestad a responsabilidad parental, pues entendían el hecho como una pérdida de los derechos sobre sus hijos e hijas.
Jamás será voluntad del Estado expropiar a los padres del derecho de cuidar, proteger, atender a los hijos y darles todas las condiciones para que crezcan con salud y bienestar. Lo que la ley busca y promueve es que padres y madres aprendan a ser mejores. Una tarea que, todavía a muchos, les queda grande.