-“Un momento…,¿qué les llevan?, preguntó el Comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán a dos jóvenes de la zona incorporados a la guerrilla. Ambos habían solicitado permiso para visitar a sus madres. Solo les había pedido agilidad en ese propósito. Era el segundo domingo de mayo.
-“Nada”-, respondieron.
-“ ¿Y cómo piensan ver a sus madres sin llevarles nada… No, y no, cojan estos veinte pesos, repártanlos y llévenles algo”.
Antonio Ñico Cervantes contaría la anécdota del hombre encumbrado por su sonrisa, el amplio sombrero y la ilimitada nobleza de un niño.
Las historias sobre el Héroe de Yaguajay parecen recuerdos de quien solo creció por fuera y mantuvo intacta su alma infantil. No existen demasiadas diferencias entre el guerrillero audaz y el inquieto y delgado muchacho de Lawton, con fecha de nacimiento 6 de febrero de 1932.
Cuentan que en el humilde hogar de los emigrantes españoles Ramón y Emilia se esperaba una pequeña, luego de dos varones. Pero el destino les trajo un hombrecito a toda prueba, aficionado al deporte, la lectura, los amigos…, y las trastadas.
Más allá de sus travesuras de infante, Camilo asumía con seriedad los asuntos que lo merecían. En una ocasión soportó la penitencia durante un mes, sin haber mordido a una conserje del kindergarten. El injusto castigo conmovió a su hermano Ramón, al tiempo que mostró la fibra del futuro líder de la insurgencia.
A Camilo lo inmortalizan sus hazañas, el mérito de volver a llevar la llama de la libertad de Oriente a Occidente y dejar a su paso una estela de gloria. Le admiraban sus compañeros, entre otras cosas porque no dejó a Horacio González Polanco con deseos de tomar un jarro de café con leche.
Sacó la preciada latica de un rinconcito del monte, como un mago saca un pañuelo bajo la manga, y con naturalidad le dijo: Tenía una reservita y la sangré.
Son legendarias sus bromas con el Che, el voraz apetito en la Sierra, la disposición inmediata para cocer los uniformes de los rebeldes en la casa campesina de un batey de Bayamo, además de su diálogo con estudiantes de una zona rural de Ciego de Ávila.
Entonces les sugirió que pidieran a la maestra hablar, cada viernes, sobre Martí, Maceo y la guerra de independencia.
Su fidelidad a Fidel, contra el que nunca quiso estar, ni en la pelota, la confianza del Comandante en Jefe en él y su estatura moral para detener la sedición de Hubert Matos, nos traen de vuelta una figura digna de imitar.
Hoy muchas maldades nos harían sonreír y su barba rozaría nadie sabe cuántas mejillas ávidas de un beso. Le regalaríamos nuestra gratitud, como aquel febrero de 1954, cuando lejos de La Habana no faltaron obsequios. “Suerte que tiene el cubano”, le contaba a los suyos. Suerte la nuestra, de seguir a tu lado.