Ya la casa natal de la Gran Dama de la Trova en Cuba: Maria Teresa Vera, luce diferente a como la encontramos hace dos años. No está en peligro de derrumbe y su estructura dejó de soportar aquel techo de tejas francesas que representaba una época esplendorosa en el Guanajay de finales del siglo dieciocho y principios del diecinueve. El mismo que resguardó y puso en riesgo a sus disímiles moradores, mas nunca dejó de estar allí con sentido e historia.
Se borraron las marcas de goteras sobre sus paredes y las manchas verdes que la humedad provocaba. No hay hierbas rodeando su posición en la esquina de la calle 66, y al fin se eliminó el mal olor, las ventanas rotas por donde se asomaban los curiosos o admiradores, la oscuridad, y también la amenaza para quienes residen en ella o caminan cerca de su acera. Luce distinta, retocada, y la tarja conmemorativa a la derecha de la puerta principal parece un simple rectángulo negro donde hoy se esconde su inigualable distinción.
Los tonos grises cubren cuidadosamente sus paredes, y su cubierta es resistente. Las ventanas no dejan pasar ni un rayo de luz, y en su portal colmado y firme un enorme estante de confituras, pastas, botellas y ¡hasta luces!
Permanece abierta por muchas horas, y el caminante se detiene a saciar una que otra necesidad básica, quizás sin saber quién nació allí hace 128 años.
Muchos hubiésemos querido que fuese un lugar con otros fines, pero el inmueble tenía propietario y ante la demora para obtener un subsidio que le devolviera al menos seguridad, decidió venderla a otro ciudadano que, con todo su derecho, encontró un espacio para su emprendimiento. Y así terminó la historia de la singular casita de quien pudiéramos decir, es el mayor orgullo de los guanajayenses.
Hoy comprendemos que la vivienda no fue más que eso: un «local común», un terreno del pueblo con nombres y apellidos, que pese a su significación, jamás alcanzó a ser declarado Patrimonio de la Cultura Cubana. Y aunque las razones sean suficientes, las generaciones del actual siglo vemos perdida una joya como ninguna otra.
Tiempo atrás, este reportero investigó sobre el estado de la casa natal de Maria Teresa Vera antes de concretarse la más reciente compra – venta. Su propietario estaba en total disposición de venderla al Gobierno del municipio o cambiarla por otra bajo sus condiciones, pero nunca hubo acuerdos.
Las partes no se entendían, e increíblemente con ninguno de los propietarios anteriores existió un desenlace digno para honrar la memoria de la trovadora, ampliar así las tan necesarias ofertas culturales en este territorio, e incluso disponer de una ruta para turistas nacionales o extranjeros.
En las comisiones de Patrimonio también se buscaban alternativas, no obstante, volvía a ser un fracaso. El propósito de convertir el inmueble en un sitio de obligada referencia al final se frustró, y no quedaron más cartas sobre la mesa. La decisión residía en las manos de su propietario, quien tuvo que venderla y abandonarla, entre otras causas, por la no concreción de un subsidio para reparar su techo.
Dos años después de aquella investigación periodística que no logró incidir en una solución, la realidad es muy dura. El primer hogar de la distinguida compositora, donde aprendió a hablar, caminar, durmió en cunas y fue bautizada, ahora es un punto de venta particular. Fue allí donde se acercó por primera vez a la música y el lugar bendecido por la dicha y la gloria, al que solo le quedan paredes sin remodelar.
Pese a lo que algunos creen, Maria Teresa Vera no es exclusivamente el nombre de una importantísima distinción, ni la representación de un festival, coloquios o charlas. Su nombre debería mirarse con los ojos de Cuba, porque encierra el mundo, y es hora de sufragar, en su tierra natal, las deudas que han sido borradas por la apatía y el olvido.
Sería bueno centrar el tema ahora que conmemoramos como cubanos la Jornada por la Cultura Nacional, y ponerlo bien alto en reuniones, planes, asambleas y congresos. Urge acabar de preguntarnos ¿cómo pretendemos que nuestros hijos conozcan su pasado sin sentirlo cerca? ¿cuál es la fórmula para forjar más Patria sin pasión, y admiración del pasado?
Guanajay es una villa a la que se le debe mucho desde su río, su teatro e infraestructura. Es cierto que no es una labor de unos, es de todos, pero no se pueden colocar las vendas ante un hecho como este –mucho menos repetirlo-, “porque la cultura recorre la nación y porque el crecimiento de la espiritualidad es una vía de construcción de una sociedad más justa”, como dijera la doctora Graziella Pogolotti.
Yo… y tantos, soñamos con ver una escultura dedicada a Maria Teresa Vera allí donde la vida del pueblo va a pasos agitados: en un banco del parque central acompañada por su guitarra, o quizás caminando cualquiera de sus calles. Queremos verla viva porque solo quedan rastros –no basta en la memoria-, y no podemos darnos el lujo de perderla.
Sigo pensando en su casita, y lo que pudo llegar a ser. Gran sorpresa se llevará este año el grupo de guanajayenses ausentes, cuando regresen para entonar el himno Veinte Años en su ritual frente al inmueble – sin la inmensa Alicia Pineda-, y encuentren un vestigio de modernidad inadmisible, que llena el alma de dolor, como un amor que se nos va.
Muy bien amigo. Quizás se eviten otras barbaridades. Como bien dices, no basta en la memoria, y no podemos darnos el lujo de perderla.
Sin quitarle el merito a su mas distinguida hija, Maria Teresa Vera, Guanajay es tambien famosa por la tenebrosa carcel de mujeres, donde sufrieron vejaciones y crueldades las presas politicas historicas.