¿Cuánto dolor sentirían Eunomia y Andrés al enterarse que su primogénito, José Ramón López Peña, un muchacho de solo 17 años de edad, había muerto a balazos en la frontera cubana de la Base Naval de Guantánamo?
Aquel 18 de julio de 1964 el matrimonio de Puerto Padre, cimentado sobre la extrema pobreza típica de las familias carboneras, debió creer que morían junto con el soldado de la posta 44, a quien los marines yanquis truncaron cobardemente la vida, sin darle tiempo a protegerse en la trinchera.
Ese es apenas un hecho en la lista de acciones terroristas ejecutadas por Estados Unidos contra Cuba, en más de seis décadas. El inventario es extenso, abarca agresiones militares, económicas, biológicas, diplomáticas, psicológicas, mediáticas, de espionaje; la ejecución de actos de sabotaje e intentos de asesinato a líderes.
Los daños durante todo ese tiempo han sido considerables. La aflicción de quienes han perdido algún familiar a causa de tales acontecimientos resulta el precio más alto a pagar por tanto odio. En total, 3 478 cubanos murieron y 2 099 quedaron incapacitados como resultado de los planes violentos de Washington contra la Mayor de las Antillas.
No son solo cifras. Cada número encierra una estela de sufrimiento impuesta en un hogar del archipiélago: personas privadas de sus facultades; hijos que debieron crecer sin padres; progenitores que vieron enterrar a sus retoños como Eunomia y Andrés; a veces solo ha quedado el desconsuelo de llevar flores a una tumba vacía.
La explosión en pleno vuelo de un avión de Cubana procedente de Barbados hacia La Habana con 76 personas a bordo, el 6 de octubre de 1976, constituye uno de los hechos de esa naturaleza más abominables. La mayoría eran integrantes del equipo juvenil cubano de esgrima que regresaba victorioso del Campeonato Centroamericano y del Caribe, en Venezuela. No hubo sobrevivientes.
El acontecimiento conmocionó tanto al pueblo, marcó de tal manera la historia de violencia contra la nación caribeña, que la fecha fue escogida en nuestro país para recordar y homenajear a las víctimas del terrorismo de estado.
Cuba ha sido víctima de 713 actos terroristas, en su mayoría organizados, financiados y ejecutados por diferentes administraciones estadounidenses o por individuos y organizaciones a quienes ofrecen refugio e impunidad. Los perjuicios humanos y económicos se cuantifican en 181 000 millones de dólares; claramente, nada compensará jamás el trauma experimentado por las víctimas y sus familias.
La última de las manifestaciones de este tipo ocurrió hace apenas unos días. La noche del domingo 24 de septiembre un individuo lanzó dos cocteles molotov contra la embajada de Cuba en Estados Unidos, afortunadamente no se reportaron daños al personal. Aún se esclarecen los detalles, pero la intención de provocar temor es evidente.
Ese constituye el segundo ataque violento contra la sede diplomática en Washington desde abril de 2020, cuando la edificación fue atacada a balazos y las autoridades cubanas mostraron evidencias de la vinculación del autor de los disparos con grupos de extrema derecha de la Florida.
Paradójicamente, los odiadores de Cuba nos piden a los hijos de esta tierra que olvidemos tanta historia de dolor fabricada desde su orilla, pero son incapaces de tolerar la existencia de un proyecto socialista tan cerca, en esta otra, a solo 90 millas. ¿Cómo olvidar tanta ignominia? ¿Acaso las familias olvidan a sus muertos?.