-¿Sabes?, a un año de graduada, mi sueño de siempre, le cuelgo el título a mi mamá en la sala de mi casa.
-No puedo seguir dando los viajes cada día: no menos de 100 pesos en máquinas particulares, sin merendar nada, ni agua. Y almuerzo casi siempre una pizza que sobrepasa los 100.
-Mejor me dedico a algo en casa.
¿Cómo? ¡Qué fácil le fue convencerme o confundirme de que trabajar por un salario que se disuelve entre pizzas y pasajes no podía ser la opción!
No es un diálogo abstracto. Aunque quisiera, pues aun sin la certeza de los números, es evidente la compleja situación del completamiento de la plantilla en los centros laborales de Artemisa, lo cual percibo que muestra un panorama parecido en el país.
Un acercamiento al tema con cifras desde nuestra Oficina de Estadística e Información— solo con datos de sus centros informantes— nos coloca contra el desalentador número de sumar de enero a junio de 2023, 7 561 trabajadores menos que en igual etapa del año anterior, la mayoría del éxodo correspondiente al sector empresarial, al cual abandonaron casi unos 5 000 empleados, en este período.
Y la cifra así de fría como suele leerse pudiera no provocar sentimiento alguno, mas pensemos cuántos profesionales o no, todos necesarios para brindar bienes o servicios, decidieron aislarse de su estabilidad laboral e “inventarse el sustento”, pues por muy aventajados que seamos en las matemáticas, en estos tiempos, la cuenta no le da a nadie que dependa solo de un empleo, sin percibir ninguna otra ayuda para el ejercicio familiar.
Tal vez haya quien difiera de lo expresado, y lo respeto, por eso la vida no es en blanco y negro, pero esa afirmación absoluta me conlleva también a concatenar que muchos de los trabajadores salientes tuvieron a la emigración como refugio, con sus lastimosas huellas sociales.
Sin embargo, esta vez quiero poner el “dedo en la llaga” del otro bando, en el de quienes se quedaron intramuros, y tal vez revender en su garaje-portal, o limpiar par de viviendas una vez por semana, le aporten mayor bienestar hogareño, que aquel oficio frente al pizarrón o en el laboratorio de microbiología de un policlínico nuestro.
El salario, una vez por mes, no alcanza más que para pagar el servicio eléctrico que promedia los 1 000 pesos a cualquier cliente común, comprar unas dos libras de carne de cerdo —que anda por igual valor— y tal vez llevar a casa al menos viandas y frutas, una vez por semana, economizando demasiado.
Ese es uno de los problemas del cual no me atrevo ni a sugerir las posibles soluciones, pero infiero que no tenemos mucho tiempo para concretarlas; el otro está en las condiciones de trabajo, infrahumanas en muchos lugares, sin que se aprecien intentos administrativos por mejorarles la vida a los empleados.
De buscar alianzas no podemos cansarnos, de gestionar la vida interna de los centros laborales, de exigir limpieza y orden, de facilitar medios de trabajo, pues, no siempre las carencias materiales son las que nos lo impiden, hay otras cada vez más arraigadas a nuestra conducta que también nos bloquean.
Este éxodo laboral influye en mayor carga para quienes se quedan al pie del cañón, y aún no se legisla que se pueda asalariar a quien tras su capacidad cumpla dos funciones en su propio centro, otro desestímulo que llevamos a cuestas, en no pocos lugares.
Sin restarle importancia al creciente número de trabajadores que demanda el sector privado, no desestimemos que de la fuerza laboral del Estado dependen sectores que son conquistas como la Salud Pública y la Educación, que generan estados de opinión no siempre color de rosas, y precisan que se actúe a tiempo, pues cada vez se depauperan más, acortando los tiempos.
Más que acercarnos al tema esta problemática merece de ciencia e investigación. Si de banco de problemas hablamos en la provincia, ese debía ser uno que apremia ponerle miradas y razones.


