Llevar de la mano a pacientes extranjeros y acompañarlos a recuperar la vista como parte de aquel maravilloso proyecto solidario que fue la Misión Milagro, resultó ser la primera y retadora tarea que asumió Yurisa Lahera Mansfarroll, tras graduarse en el año 2005 como Trabajadora Social.
“Esa tarea me cambió. Fue como mi verdadera tesis de graduación. En siete meses ya era una persona diferente. Los pacientes y la misión como tal, dejaron una huella imborrable en mí. Con mucha humildad cada una de esas personas reconocían el valor de lo que hacíamos. Fue a la vez una posibilidad de valorar la estatura del Comandante en Jefe, al concebir una misión tan humana que devolvió a muchas personas de bajos recursos la posibilidad de ver nuevamente.
“Después de trabajar en la Marina Hemingway durante un año y ocho meses, acompañando a los pacientes extranjeros, pasamos al Hospital Pando Ferrer a guiar a pacientes cubanos. De esa etapa aprendimos a amar a los médicos involucrados en aquella noble tarea. Eran profesionales de excelencia, con una sensibilidad enorme.
“Luego estuve unos meses en Santiago de Cuba para un curso de formación y participé en la Revolución Energética, pero estuve poco tiempo hasta que vine a La Habana para prepararme y partir hacia Venezuela, donde cumplí misión por ocho meses, apoyando la Revolución Energética en ese hermano país”.
En el estado de Aragua vivió experiencias inolvidables. “El Comandante Hugo Chávez estaba revolucionando el país y era constante el intercambio con nosotros. La Revolución Energética tenía el reto de llevar la luz blanca a todas las comunidades y hasta el momento ha sido lo más difícil que he hecho.
“Aquella mochila diaria con 150 bombillos para repartir en los cerros era una meta que no siempre se podía cumplir; era una derrota que se rompiera un bombillo o que no pudiéramos llegar a alguna casa. Entre nosotros establecimos una especie de competencia, porque nadie quería quedarse rezagado y que por su culpa el grupo incumpliera. Ese compromiso fue el que hizo posible que la tarea se cumpliera y bien”.
Aunque ambas misiones fueron sus primeros y grandes desafíos, después vino lo que Yurisa define como su pasión: el trabajo en la base, con los suyos. A la par, pudo cumplir su otro gran sueño, el de ser comunicadora.
“El programa nos permitía continuar estudios y así logré licenciarme, aunque no ejerzo como tal pero aprovecho todas las herramientas de la carrera para mi trabajo actual como jefa del departamento de Prevención y Trabajo Social en la Dirección Municipal de Trabajo y Seguridad Social de Alquízar.
“Mis estudios en Comunicación Social fueron excepcionales. De profesores como Edelmiro Horta, Marielena Cabrera, Solangel Viera, María de los Ángeles Martínez, aprendí la necesidad de escuchar, de hablar. A su lado crecí como ser humano”, asegura.
Vivir en un asentamiento rural, donde conviven personas de todas partes de Cuba y suelen aflorar problemáticas sociales, constituye un reto para esta joven, que lejos de amilanarse ha mostrado su disposición para transformar desde el quehacer comunitario.
“Yo me dije: Si Fidel en su momento confió en nosotros y nos dio a muchos una oportunidad de cambiar, de hacernos profesionales, a la par que contribuíamos al desarrollo del país y atendíamos a los más necesitados, entonces nosotros debemos darle una segunda oportunidad a esos jóvenes que hoy están desvinculados del estudio o el trabajo, las adolescentes embarazadas… Esa claridad del Comandante en Jefe es la que me ilumina.
“El trabajador social debe partir siempre de un plan de acción que contemple las potencialidades, oportunidades y fortalezas; es preciso analizar cada caso con profundidad, para luego suprimir las debilidades. Es difícil cambiar la mentalidad de las personas, pero ahí están los logros de los trabajadores sociales en todas partes de Cuba para demostrar que sí se puede”.
De hecho asegura que este programa fue una luz para ella misma. “Yo estaba en el preuniversitario y sentía lo difícil que era para mi mamá sola, con tres hijas estudiando a la vez, mantenernos. Entonces presentaron esta opción y vi en ella la posibilidad de, en breve tiempo, ser útil, recibir una remuneración y poder realizar mi sueño de continuar estudios universitarios mientras trabajaba.
Un vez en la escuela de Trabajadores Sociales sentía cómo cada clase, cada experiencia, te transformaba el alma a una velocidad increíble. Para mí en lo personal es una de las obras más nobles del Comandante en Jefe”.
Humildad, empatía y solidaridad son tres palabras claves para ella. “Hay que ser humilde y saber escuchar, ponerse en la piel de esas familias tan diversas a las que atendemos y poder orientarlas, mediar entre ellas y el problema, buscarle una solución objetiva a sus situaciones”.
Pero Yurisa no es solo trabajadora social. Otros retos mayores asume como delegada de su circunscripción, y en este mandato de la Asamblea Nacional fue electa como diputada por el municipio de Alquízar y aún más: es integrante del Consejo de Estado.
“Desde el año 2017 soy delegada de base, una tarea dura, pues aunque ya conocía a la mayoría de los pobladores, el trabajo del delegado abarca mucho más que la labor de un trabajador social; hay que estar pendiente de todo aquello que aqueja a la población e involucra al gobierno, a las empresas y organismos. Requiere mucha preparación, para darle respuesta al elector y mediar entre él y las autoridades responsables de solucionar el planteamiento.
Sumar en el barrio es su gran desafío. Allí, en La Felicia, una finca ubicada en la carretera que une a Alquízar con San Antonio de los Baños, Yurisa sueña cambios en el entorno y se ha valido del apoyo de la Cooperativa de Producción Agropecuaria Héroes de Yaguajay, la Unidad Básica de Producción Cooperativa Felipe Herrera y de las personas de la comunidad, bajo el concepto de que todos tenemos algo que aportar para transformar el espacio donde convivimos y desterrar conductas sociales inapropiadas.
“Ser diputada y ponerme al lado de alguien tan inteligente y humilde como Alejandro Gil Fernández fue una sorpresa, pero que me eligieran como integrante del Consejo de Estado fue algo que no podía creer. Ya salí de ese momento inicial de sorpresa y ahora estoy en una fase de mucho estudio y aprendizaje, para hacerlo lo mejor posible y no defraudar a quienes confiaron en mí.
A la par del cuidado de sus dos hijos, es también una prioridad hoy para esta joven de 35 años superarse y estar a la altura de tanta responsabilidad. Mientras, confía en que el acercamiento a quienes le rodean es un elemento esencial con el fin de representarlos y que las políticas que se trazan a nivel nacional repercutan favorablemente en la base.