Hace apenas unos días, mientras visitaba comunidades para constatar las afectaciones dejadas por el huracán Idalia, tras su paso por la zona más occidental de Cuba, fui testigo de una particular discordia.
El desacuerdo se generó en torno a una situación muy coyuntural provocada por las lluvias y la falta de electricidad; pero la postura de las partes invita a reflexionar en cuántas ocasiones asumimos actitudes que impiden o ralentizan el alcance de soluciones.
Resulta que la mayoría de los pobladores del lugar carecían de medios para la cocción de los alimentos, pues además de no contar con fluido eléctrico, tampoco disponían de los balones de gas licuado que debieron llegar hacía meses, según los contratos con la empresa responsable.
Y resulta también, que en un sitio donde proliferan los árboles -especialmente el marabú- y es habitual la producción de carbón vegetal, muchos habitantes clamaban por gas licuado para cocinar, como si la otra no fuese una opción posible.
De un lado, las autoridades visitantes del poder popular intentaban explicar el porqué de la tardanza en la reposición de los balones y la necesidad de prepararse para circunstancias de esta naturaleza, “guardando el carbón de reserva”. Del otro, varios pobladores expresaban su inconformidad con ese y otros asuntos, insatisfacciones relacionadas con problemáticas de la comunidad.
Atrincherados en sus respectivos puntos de vista, cada parte se iba por la tangente, obviamente, “su tangente”, sin que lograran llegar a un entendimiento; mientras, el problema continuaba idéntico, o quizás peor, porque alguien incluso interpretó “que lo habían mandado a hacer carbón”.
Dejando a un lado lo puramente anecdótico, pensemos en cuántas ocasiones hemos hecho lo mismo en determinada situación. Intentamos escapar de una cuestión, nos andamos por las ramas en vez de enfocarnos en el meollo del conflicto, para eludir la responsabilidad de enfrentarlo.
Y en ese “halar cada uno para su mano”, como gusta decirse en el argot beisbolero cubano, el problema continúa igual, y pareciera que importa más determinar quién es el responsable o quién tiene la razón, que encontrar la solución misma.
Así, se dilatan las cuestiones en espacios de intercambio que podrían ser más fructíferos, o cuando menos, más breves en el tiempo. En ocasiones incluso, sucede que las diferentes perspectivas son válidas, lógicas, y en la comunión de todas podría hallarse la respuesta, si no fuera por las malsanas costumbres de querer “tener la razón” o darle la vuelta al asunto para sacudirnos la responsabilidad de encima.
Escuchar a los otros con voluntad de entendimiento, sin el propósito de hacer prevalecer nuestra verdad, con la valentía de asumir nuestras responsabilidades, debería ser práctica frecuente en el escenario particularmente complejo en que vivimos los cubanos, cuando falta tiempo para resolver tantas dificultades.
Convendría a menudo calzarse los zapatos del otro, probablemente así nuestros pasos sean más ágiles y efectivos rumbo a las soluciones.