A veces soñaba con el Che, e imagino cómo habrán sido de especiales los sueños de un hombre que apenas dormía tres o cuatro horas al día. Quizás echaba de menos al amigo, a uno de sus más fieles apóstoles. Y, a veces, nosotros lo necesitamos demasiado a él.
Nadie como aquel gigante barbudo provocaba nubes de pueblo que le esperaban en una avenida de Artemisa, le rodeaban en un sitio montañoso cualquiera, o coreaban su nombre al verle llegar donde antes hubo una lluvia de piedras.
Ese orador de los dedos largos y finos, el temerario del pecho sin chaleco antibalas, jamás preguntó por quién doblaban las campanas: la muerte de cualquier ser humano en el planeta, la falta de maestros o de atención médica, la guerra o la pobreza en cualquier lugar del mundo, le agrietaban el corazón, y se lo impulsaban a ayudar.
Nada le resultaba ajeno. Peleó por la liberación de un niño arrebatado a su padre, por devolver la vista a millones de personas, por las licencias de maternidad… y hasta concibió un novedoso método de empleo: el de estudiar.
Su sensibilidad le llevó a traer a Cuba niños víctimas de la tragedia nuclear en Chernóbil, Ucrania, para brindarles asistencia médica.
Mientras, su profunda convicción de que “Patria es humanidad” y su capacidad como estratega militar, le permitieron dirigir por teléfono la operación militar de rescate del presidente Hugo Chávez.
A este lector empedernido, que se formó más allá de los muros de cualquier escuela (con libros de todas clases), y entendió de derechos y cómo pelear por ellos, le quedó pequeño el juicio que le armaron como jefe principal del asalto al cuartel de Bayamo, al Hospital Civil, al Palacio de Justicia y al Moncada.
Echó mano de sus conocimientos y valentía para demostrar que, jurídicamente, debía ser absuelto, pues lideró un intento por restablecer la Constitución que un tirano había pisoteado. Y argumentó que, en cambio, fueron sus captores quienes se alzaron contra los Poderes Constitucionales del Estado, los responsables de 70 asesinatos contra los detenidos los días 26, 27, 28 y 29 de julio.
El Comandante Tomás Borge contaba cómo logró unir a las tres tendencias en que estuvo dividido el Frente Sandinista, con una delicadeza admirable. Hasta les compartió su apreciación de que no debían implementar el servicio militar obligatorio en Nicaragua. “No haberlo escuchado fue la causa de la derrota electoral”.
Y es que la experiencia histórica de su interlocutor era única: no solo había soñado con una Cuba liberada, sino también hizo realidad ese sueño.
Sus grandes entrevistadores afirman que nunca pidió lista de preguntas ni rechazó ninguna. Elogian sus saberes, hasta de vino, las ruinas de Nazca o los tiburones de agua dulce del lago Nicaragua. Insisten en que, en lugar de apabullar con razones a la gente, preguntaba cómo viven, qué ganan, cómo es su casa, qué libros tienen… y aprendía de ellos.
En el propio acto de toma de posesión como Primer Ministro, el 16 de febrero de 1959, en el Palacio Presidencial, expresó lo que eso representaba para él.
“Para nosotros el gobierno, el cargo público no es una posición para enriquecernos, una posición para recibir honores, sino una posición para sacrificarnos”.
No olvido su frase de que cada cubano es un Comandante en Jefe. Pero la realidad es que cada cubano se inventó su propio Fidel: campechano, bromista, humano, inmortal, invencible. Cuba nunca ha sido de Fidel; Fidel es de Cuba.


Nadie como aquel gigante barbudo provocaba nubes de pueblo / Fotos: Tomada del sitio Fidel soldado de las ideas