A menos que usted llegara desde el oeste al municipio Artemisa, no descubriría que en sus predios se realizaban las fiestas populares, una tradición de cada julio, a propósito del Día de la Rebeldía Nacional.
El corazón de la Villa Roja, su parque Libertad, y la carretera central, apenas le comunicaban al visitante del acontecimiento, excepto por un discreto mural a la entrada de la biblioteca Ciro Redondo García.
La mayor parte del jolgorio se trasladó a la Plaza Cultural 26 de julio, un mega espacio semiabandonado casi todo el calendario, sobre el cual hemos llamado la atención en otras ocasiones.
El lugar acogió la presentación de orquestas del territorio (es el caso de Maikel Ortega y Son del Solar, por primera vez, para los artemiseños, en un escenario de esas dimensiones), y otras de categoría nacional como Elito Revé y su Charangón y El Noro y Primera Clase.
Aplausos, sin dudas, para quienes se decidieron finalmente a insertar nuestro talento en estas festividades; sin embargo, algo sí me desconcertó: el cobro de la entrada desde las diez de la mañana a 50 pesos, y para los espectáculos nocturnos a 100 pesos, algo que tal vez se explica con el pago de las agrupaciones invitadas.
Una vez más habría que cuestionarse el propósito de las cuentas asignadas en el presupuesto del Estado para estos temas y cómo logran una experiencia contraria otras provincias y municipios.
Incluso, falta creatividad para colmar la Plaza de propuestas sugerentes; insertar un necesario parqueo, negociar un poco más con entidades del Estado, trabajadores por cuenta propia y Mipymes, cuyos precios de la cerveza, el veinticinco de julio, no descendían de los 130 pesos.
Se vale garantizar depósitos de basura y divulgar, con tiempo, rutas y horarios del ómnibus local, que conectó a muchos con esta plaza distante del centro del pueblo.
¿Es pedir demasiado? Considero que no, sobre todo después de cuatro años sin celebrarse el jolgorio, según un post del intendente municipal.
Ahora bien; hay que hacer un aparte en la programación infantil, diseñada en el parque de diversiones Los Caballitos. La escasa divulgación volvió a jugar una mala pasada al proyecto Libros como jardines, de la escritora artemiseña Olga Montes; a las sillas voladoras, la cama elástica y el único carrito loco en activo.
Esas limitadas opciones contaron en esta oportunidad con el respaldo de paleticas, helados, refrescos y confituras, aunque casi nunca económicas.
En la noche el establecimiento acogió guateques campesinos y presentaciones de artistas locales, algo prácticamente desconocido, y me pregunto: ¿por qué desechar el autoparlante?
Y si hablamos del plato fuerte de cualquier carnaval, el desfile de comparsas y carrozas, es justo reconocer la entrega de quienes bailaron, procuraron los trajes e hicieron posible la conga, a lo largo de la Carretera Central.
Y precisamente esta arteria debió animar sus centros gastronómicos y recreativos, sobre todo en la noche, como soporte para quienes iban, cuesta arriba, hacia la Plaza.
Que los artemiseños necesitábamos de estas emociones, nadie lo duda. Terminaron las fiestas y siguen los análisis entre quienes trabajaron, mientras la mayoría se divirtió. Confiemos en que sea así, a fin de que en 2024 resulten menos los peros y las reservas, crezca la disciplina social y el placer de una semana rica en espiritualidad.