Un apuesto muchacho captaba la atención de mujeres y hombres de Artemisa, allá por los años 50 del siglo pasado. Pantalones de pliegue color entero, camisas a cuadros, zapatos mocasines de sport o de vestir, guayaberas y ensembles eran el atuendo habitual de uno de los hijos del matrimonio entre el inmigrante español Evaristo Redondo y la cubana Clara García.
No podía ser diferente: Ciro representaba la elegancia y pulcritud de su centro laboral: la tienda Casa Cabrera, con prestigio en la Villa Roja de Occidente, por la oferta de ropa masculina y sastrería.
Sus atuendos a la moda, la bicicleta y el Buick paterno, a bordo del cual se le veía pasear por las calles de Artemisa, combinaban con su diálogo agradable, según cuentan los autores Mario Lazo Pérez y Mario Lazo Atala, en su libro Ciro Redondo, capitán del pueblo.
El joven de 19 años tal vez ni siquiera divisaba la posibilidad de convertirse de dandy en leyenda; mas, su simpatía por el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) y la divisa: Vergüenza contra dinero, indicaban la postura del futuro héroe.
La Matilde y su casa natal, los amigos del barrio ilustre, amores platónicos, cartas a familiares y amigos desde la prisión y la última morada en el Mausoleo nos hablan de Ciro.
Fue de los imprescindibles en la heroica mañana de la Santa Ana y de los corajudos durante el juicio celebrado en aquel cuartico de enfermeras del Hospital Civil Saturnino Lora, en Santiago de Cuba.
“Vine por voluntad propia al Moncada, aunque me obligaron a declarar lo contrario en el Vivac (…) Vine con la firme convicción de que nuestro ejemplo, en caso de que no triunfáramos, iba a ser beneficioso para Cuba”, dijo a los jueces, de acuerdo con la periodista Marta Rojas.
Inmortalizar al expedicionario del Granma, al combatiente del Ejército Rebelde, al joven fulminado en Mar Verde a solo 11 días de cumplir sus 26 primaveras, ha de transformarse en afán cotidiano de los que habitan esta tierra roja, en la que sobresale como Patriota Insigne.
El hospital provincial, centros laborales, un consejo popular en San Cristóbal y hasta un municipio de Ciego de Ávila llevan el nombre del guerrillero, ascendido póstumamente al grado de Comandante por Fidel, a petición del Che. La hombría del artemiseño, más que la denominación, acompañó el despliegue victorioso de la columna ocho por todo el país.
Al Guerrillero Heroico le correspondió explicarle por teléfono la pérdida a su mamá. Narra Roberto Fernández Retamar en su poema La muerte no es más extraña que la vida, que doña Clara se negó a aceptarlo, pues la noticia había llegado en varias ocasiones tras el Moncada y el Granma.
Hasta en la radio se escuchaban reportes sobre el avance de la columna bautizada con su santo, “y quién ha visto un muerto moviéndose así”. Y si algo resultaba infrecuente en el Che eran los elogios innecesarios. Por eso, descubrir su misiva a Fidel tras aquel aciago 29 de noviembre de 1957, da la medida de quién aún sostiene la mirada limpia, desde el desafío del tiempo.
“Ciro murió de un balazo en la cabeza, peleando al frente de la gente con una actitud realmente heroica. Ciro había conseguido últimamente (…) que su tropa lo admirara y lo quisiera (…) fue un buen compañero y sobre todo, uno de los inconmovibles puntales en cuanto a decisión de lucha”.
