Seis décadas pueden ser una vida; algunas personas lamentablemente ni siquiera alcanzan esa edad. Hace pocos días —el 8 de julio— se cumplió exactamente ese tiempo de que Las Regulaciones al Control de los Activos Cubanos promulgadas por Estados Unidos, comenzaran a complejizar no una vida, sino la de millones de seres humanos que habitamos en la mayor de las Antillas.
Las medidas decretadas en 1963 al amparo de la Ley de Comercio con el Enemigo, si bien no fueron las primeras manifestaciones de agresión económica de ese gobierno contra la naciente Revolución, ni serían tampoco las últimas, sí contienen el núcleo central de las normas que rigen el bloqueo a la nación caribeña.
Sus efectos agobian con más fuerza la existencia de quienes vivimos de este lado del cerco, al pretender aislar Cuba económicamente y privarla del acceso a los dólares estadounidenses.
Pero no somos sus únicas víctimas: afectan también a los ciudadanos americanos, residentes permanentes en ese país, con independencia de dónde estén situados; a las personas y organizaciones físicamente en territorio norteamericano, y a las divisiones y subsidiarias de organizaciones anglosajonas en todo el mundo.
Sus restricciones son amplias: al comercio, la prestación de servicios, viajes, transferencia de dinero, propiedades, datos técnicos, excepto los de uso público; entre otras.
Regulaciones posteriores han permitido algunas transacciones, como las remesas familiares y la obtención de licencias de cubanos por parte de norteamericanos, para la reproducción y distribución de materiales informativos y su pago, con algunas excepciones como las transmisiones de radio y televisión en vivo, y de datos por telecomunicaciones.
El vecino norteño también autorizó el servicio telefónico con la isla; no obstante, el dinero recibido por la compañía telefónica cubana por el suministro del servicio está congelado.
Precisamente al amparo de dichas regulaciones, Estados Unidos dispuso la congelación de las propiedades dentro de su territorio en las cuales Cuba o un cubano tenía algún interés, directo o indirecto; incluso fue más allá, al congelarlas dondequiera que estuviesen radicadas, en posesión, custodia o control de estadounidenses. Los activos congelados no pueden ser pagados, ni retirados, ni transferidos de ninguna forma.
Con los años, muchos resortes han ajustado el andamiaje coercitivo del bloqueo. Con él, sucesivas administraciones norteamericanas han pretendido rendir a la Revolución Cubana. No recuerdo que, en la historia antigua o moderna, ninguna pequeña nación haya resistido tal embate.
Es una victoria del pueblo cubano, conquistada gracias a su resistencia, creación, inventiva ante tantas dificultades; y gracias también al enorme liderazgo de Fidel Castro, y de quienes le han acompañado en la dirección del país. Con resiliencia y solidaridad, Cuba se ha convertido en símbolo de rebeldía y justicia social, con el apoyo de la gran mayoría de los países que abogan por el fin del bloqueo.
Entonces, no nos confundamos: existe, es real. ¿Qué parte de las dificultades dependen de él y cuáles de nuestras ineficiencias y chapucerías? Pensemos en eso, aportemos más soluciones y menos obstáculos.