Maternar es una tormenta hermosa, una tormenta por lo destructivo. Cambia tu norte, tu sur, tus creencias y pone el mundo de cabeza.
Maternar es la contraposición perfecta entre lo hermoso y lo agotador. Quieres ser mejor, quieres ser parte incondicional de ese bebé que cargas por primera vez. Luego de un parto extenuante, liberador y sonríes, pensando que ha valido cada gota de sudor, cada grito, cada lágrima.
Maternar es tener una tribu única de mujeres que te apoyan, que te sostienen, que te alzan en tus momentos de oscuridad, o estar sola, muy sola.
Maternar es las risas, los mocos, el llanto, los gritos, el olor inconfundible de tu niño, la leche derramada, amamantar, el biberón, los primeros pasos, las caídas, es la felicidad en estado puro o la tristeza de una depresión posparto.
Maternar es redescubrir el mundo a solo 50 centímetros del suelo: cazar lagartijas, compartir caramelos, la cama, el baño y besos, muchos besos.
Maternar supone días malos y días buenos. Recoger caracoles, correr descalza sobre la hierba y entrar en una conversación sin sentido sobre dibujos animados. Que se te encoja el corazón ante una aguja que no tocará tu piel, o ver lo perfecta que encaja su mano en la tuya.
Maternar es perder la paciencia, lo harás, quieras o no…
Maternar es improvisar sobre la marcha, remendar rodillas raspadas y descubrir que el sana, sana es la mejor medicina para el alma.
Ser madre a veces no viene de la mano de un hijo, hay quien adopta desde el cariño que profesa a quienes arreglan todo con una lógica desarmante y sencilla, y caes rendida ante la dulzura infinita.
Maternar es no hacerlo, ojalá entendamos en algún punto que hay mujeres que no desean procrear y lo hagamos sin juzgar, ni encontrar peros. Maternar es también ser tía, abuela, prima.
Por esos días grises, por esas dudas que te rondan; por las noches en vela, por las perretas que escucharemos. Por cada segundo que sabes que no hay un mejor sitio donde estar que en el abrazo de un hijo.
Soy la mamá de Alan, ese es mi mayor orgullo. Mi corazón le pertenece desde el momento que supe que crecía en mí y fui suya desde el primer llanto. Nunca he vuelto a dormir sola, ni por 8 horas seguidas; pero guardo un montón de instantes con mi niño.
Tengo tarros con risas, tengo pelos y ropita guardadas, tengo un príncipe en casa que me despierta antes del alba con mimos, tengo juguetes, tengo atardeceres junto al mar, castillos de arena, dinosaurios que desconocía. Tengo mi mundo a sus pies y la niña que fui aparece, cada día, de su mano. Ha curado heridas que no causó.
No nos enseñan a ser madre, por lo tanto lo estás haciendo genial, aun cuando necesites 10 minutos en el baño para llorar a solas y si nadie te lo ha dicho, debes saber que eres la mejor mamá del mundo.