Cuando somos pequeños siempre soñamos con el futuro. Unos quieren ser maestros, otros constructores, otros ingenieros.. aunque terminemos haciendo otra cosa. Ella no. Su disfraz favorito en cada actividad infantil un día terminó convirtiéndose en su profesión. Siempre quiso ser médico. Era el deseo de su abuelo paterno, a quien perdió a los 13 años, pero que habrían bastado para dejarle un camino claro y seguro en la vida.
Lismary Martínez Valdés, estudió Medicina en La Habana, pues el número de hospitales y servicios especializados en la capital es más abarcador y supondría una mejor preparación para ella.
“Estudiar en la capital fue impactante. La Facultad del Hospital Manuel Fajardo me acogió y el policlínico de 15 y 18, en el Vedado, fue mi escuela por mucho tiempo. Yo era la única del aula que no era habanera, pero como hice muy buenos amigos enseguida me adapté a la gran ciudad.
“El sistema de Salud en La Habana, y sobre todo en Plaza de la Revolución, está debidamente equipado; esto me motivaba y hacía que el sacrificio de estar fuera de casa valiera la pena. Además, los hospitales especializados hacen que las rotaciones tengan un desarrollo más amplio y, a su vez, contribuyen a una formación médica mejor”
Destino y muchas noches de desvelo le cumplirían su deseo de estudiante en la Vocacional Mártires de Humboldt 7: ser neurocirujana… y ¿Qué no se logra con harto sacrificio?
Cuando en 2015 el Ministerio de Salud Pública regresó el Internado Vertical a la docencia, Lisy (como le decimos quienes tenemos la dicha de conocerla) no dudó en aplicar a esta opción.
“El papá de un amigo de la infancia se dedicaba a esta especialidad; siempre le decía que quería ser como su papá. Luego, por cosas del destino, Jorge Lerma fue mi primer tutor de la ayudantía.
“Yo deseaba ser neurocirujana sin tan siquiera saber lo que significaba serlo. Solamente sabía que los neurocirujanos operaban el cerebro. Esa era mi justificación para estudiar de esa manera en el preuniversitario, allí la gente quería ser físico, ingenieros en telecomunicaciones… y me decían ‘¿pero tú estás aquí para coger Medicina?’ y yo respondía que no, que yo iba a ser neurocirujana. Sentía que debía prepararme bien para lo que iba a ser mi futuro. Y sí, tenía razón. La neurocirugía es mi vida”
Ser neurocirujana le costó años de mucho estudio, pero que le han traído a Lisy gratificaciones mayores. ¿Quién le diría a esa chiquilla soñadora que hoy encabezaría un tín médico?
A un año de los tristes sucesos del Hotel Saratoga, que tuvo en desvelo a toda Cuba, una artemiseña rememora cómo ayudó a una de las lesionadas de la explosión
Pero a esta doctora la vida le tenía deparada una responsabilidad. Quizás cada paso caminado hasta ese momento de su carrera le pondrían en las manos la vida de uno de los accidentados de la explosión del Hotel Saratoga.
“Los neurocirujanos del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía (INN) estábamos discutiendo los casos que se iban a operar la semana entrante. En medio de la reunión fue la explosión, lo supimos a través de las redes sociales. El director del hospital nos informó que debíamos permanecer en el hospital por si llegaba algún herido a nuestro centro.
“Posteriormente el vicedirector de asistencia médica Dr. Orestes López Piloto nos convocó a acudir al Hospital Calixto García para apoyar a los médicos a recibir los heridos. Allí parecían hormiguitas, todos volcados a la atención de los lesionados.
“En un pase de visita que hicimos en la Unidad de Cuidados Intensivos y Emergencias, y de acuerdo con el equipo de intensivistas de ese hospital, decidimos trasladar dos pacientes al INN.
“Fueron minutos intensos. Dolorosos para los médicos. Es sentir el dolor de ellos y la responsabilidad nuestra.
“En la operación extrajimos restos de arena, tierra, vidrio. La herida más grande comprometía la que era la región de la oreja por encima del conducto auditivo externo”.

Lismary dirigió uno de los equipos médicos y operó su paciente sin saber si quiera el nombre. Al terminar la intervención quirúrgica, en una publicación en Facebook vieron los rostros de los desaparecidos e identificaron a Vanesa, la paciente que habían operado.
“Con mucho temor llamé a su hija al número que estaba en la publicación, porque tenía miedo de darle esperanzas y que no fuera finalmente su familiar. Pero me sentí muy bien cuando nos dimos cuenta de que mi paciente si era Vanesa y pude decirle, en ese momento, que su mamá estaba viva”.
Esta artemiseña (de apenas 30 primaveras) regala alegrías en medio de tormentas, reconstruye vidas y hace la suya mejor, porque le suma la felicidad de pacientes recuperados y familias agradecidas.
El doctor Moisés Morejón le dejó una huella de valor y dedicación. Y Orestes López Piloto, profesor en la especialidad, construyó para ella un camino de ayuda y amistad.
Con 29 años recibió la medalla de Hazaña Laboral de manos del Ministro de Salud cubano. Sin dudas, Lisy es paradigma para sus amigos y padres. ¡Cuánto orgullo sienten sus papás al verla desandar el camino soñado! Al sentirla transitar con pasos firmes surcando el sendero de futuros especialistas. Lisy es sacrificio, acierto y valentía. La valentía de ser mejor cada vez que entra al salón.
