Bajo un Sol asfixiante y rodeados de las incertidumbres con las que a diario salimos de nuestros hogares, transcurrió días atrás una fastidiosa espera para extraer dinero del único cajero automático disponible aquel sábado, en la sucursal del Banco Popular de Ahorro (BPA) de Guanajay.
Mucho antes de las nueve de la mañana llegaron hasta allí madres, abuelos, trabajadores y hasta niños con sus meriendas.
El tiempo comenzaba a avanzar: el amigo ponía delante al último que llegó, el efectivo se trababa en aquella máquina porque no eran billetes nuevos, la conexión mostraba sus variables rostros, algunos repetían operaciones para extraer la cuantía necesaria… insultos, cansancio y una anciana que repetía: “Yo siempre dejo una tierrita en la tarjeta por si se presenta algo, pero con esta situación es imposible”.
Esa realidad se vive en los municipios de la provincia –y el país- donde felizmente existe el servicio. Ahora, imagínese a quien en su territorio no dispone de ella.
La insuficiente y evidente disponibilidad de efectivo agrede contra la propia existencia y genera malestar, obligando a las personas a permanecer horas en una cola para extraer lo que le corresponde.
“Mi bodeguero no sabe cómo se hace ese pago”, “señora, el carretillero tampoco recibe transferencias”… y “la camioneta está a cincuenta pesos de Guanajay a Artemisa”, son de los comentarios que logré escribir en la aplicación de notas de mi teléfono, en aras de enunciar los “contras” del asunto.
Y así es; Cuba apuesta por la transformación digital y el comercio electrónico hace años, pero ¿estamos preparados para ello?
Sin dejar de aplaudir a quienes reinventan a diario las maneras de hacer en el mundo virtual, todavía falta crear conciencia en quienes tienen el encargo de aliviar circunstancias como estas.
Basta poner a los involucrados en una misma mesa, explicar y encontrar soluciones para que llegue en menor intensidad la afectación al pueblo. Ese a quien no le toca descifrar disyuntivas, o dirigirse exclusivamente a las plataformas digitales cuando alimentos, trámites, movimientos, diversión o inversiones exigen el efectivo.
Por suerte no nos faltan EnZona, Transfermóvil, códigos QR, Cajas extras; ni sobra la tecnología acorde a su implementación, y el deseo o capacitación de quienes lo poseen en sus establecimientos. Eso sin mencionar –pese a no ser el tema del comentario- los famosos “combos” que debemos pagar en ferias o mercados industriales si queremos adquirir un producto de interés: llévate una olla (la necesitas) con dos nasobucos y un encendedor (no los necesitas).
En redes sociales ya comienzan a circular publicaciones relacionadas con la venta de turnos o los posibles horarios establecidos para suministrar de efectivo los cajeros. Ante la demanda y el fenómeno de la internet es “normal” que suceda, sin embargo, debe constituir una alerta en torno al desarrollo exitoso de campañas de comunicación en las cuales se explique qué sucede.
Una rápida exploración virtual me permitió encontrar un solo artículo que se refería al tema en cuestión en la provincia de Guantánamo. La especialista de marketing de ese territorio daba a conocer las características de un cajero, y otras especificidades del tema que no es privativo allí.
Bienvenidas sean las pasarelas de pago y cuanto adelanto tecnológico beneficie al cubano. Existe una brecha entre la realidad y los sueños, para que lo segundo complemente a lo primero hace falta investigación y medios. Urge desterrar la posición cómoda de administrativos en unidades que no aceptan pagos por QR, y que nos sobran, pero de igual forma apremia encontrar el tratamiento oportuno a circunstancias tan sensibles como las vividas en las sucursales.
El cúmulo de personas es sinónimo de repensar. Mientras nos preparamos hacia un mejor futuro y país, corresponde encontrar la alternativa. No es justo que el día cuando se acredita un salario en una tarjeta magnética debamos esperar tres más para cobrar la recompensa de los últimos treinta. No pueden convertirse esas largas filas en un espacio de maltrato entre vecinos o ciudadanos, donde se agrede o soporta la mala actitud.
Pese a todo, a este reportero le queda la dulzura con la que las trabajadoras del BPA de Guanajay intentaron una y mil veces aclarar las dudas desde una ventana después de concluir el horario establecido de su jornada. Estuvieron hasta el minuto final, quizás pensando en lo que vendría una vez en casa, sin tiempo, incluso para extraer el suyo… Pero también le queda a este reportero el sentimiento de ver a niños, trabajadores o abuelos en un nuevo aprieto.