Sus ojos poblados de arrugas conocieron de cerca, siendo casi un adolescente, las arenas de Playa Girón. Con apenas 17 años Gilberto Pastrana Perdigón llegaba hasta el corazón del combate. En su voz renacen aquellos días de abril, cuando una pequeña isla en el Mar Caribe luchó con dientes y mucha valentía por su libertad.
Los silbidos de las balas vuelven con sus palabras; el fuego del cañón y los morteros impactan nuevamente, la bala hiere su cuerpo; la sed, el hambre y el cansancio regresan.
De la provincia Artemisa, salieron 1 900 compañeros, de Caimito eran 135. En esa cifra global no se incluyen otras compañías que salieron de diferentes sitios, si lo hicieran serían varios miles de hombres, según explica Pedro Bernabé, autor del libro Artemisa en Girón.
Entre los caimitenses está nuestro protagonista, y aunque esta no es su tierra natal, la siente suya, desanda sus calles y aquí creó una familia.
Como miembro de la compañía ligera de combate del Batallón 116, perteneciente al Bon de la Policía, bajo el mando de Efigenio Almejeiras, arribó junto a su hermano José, a Punta Perdiz, el 18 de abril. Esa noche, bajo fuego constante, intentaron descansar y en la madrugada iniciaron el avance hacia Girón.
“No quisiera recordarlo, fue terrible. El bombardeo era constante: por aire y tierra, con aviones, morteros y artillería. El enemigo no tenía intención de rendirse, caían muchos hombres, sin embargo la avanzada no se detenía. En algún punto de esas horas nos quedamos sin jefe, pero seguimos fajaos ahí”.
“Todavía tengo quemaduras en mis manos y brazos del napalm; donde caía, dejaba daños, pero continué luchando. Recuerdo a Juan de Dios Fraga Moreno combatiendo a mi lado, a mi hermano y a tantos otros que perdieron la vida”.
Finalmente logramos vencer el cerco enemigo y tomar Playa Larga y de ahí partimos rumbo a Playa Girón. En la única vía de acceso, los mercenarios colocaron ametralladoras y abrían fuego, por lo que no podíamos llegar.
A casi a una hora de la victoria de ese 19 de abril, Pastrana es herido y trasladado al hospital de Matanza. El día 25 del mismo mes cumpliría sus 18 años.
Uno de sus hermanos llegó hasta el sitio, iba a recoger el cadáver, lo habían puesto en la lista de fallecidos. La sorpresa fue encontrarlo vivo. “Después nos trasladaron para la Habana y de ahí regresé a casa, donde volví a ver a José”, me cuenta.
A pesar del horror de la guerra y de los recuerdos tristes, no deja de reconocer el heroísmo de los hombres y mujeres participantes. “Ver a Fidel al lado nuestro combatiendo como uno más, nos dio ánimo y valor, por eso soy ante todo Fidelista. No quiero que nadie me elogie. Fui a darlo todo y si hay que tomar el fusil de nuevo por Cuba no lo dudaré”.