-¿Para dónde vas papi?,
-“Para viejo”, resultaba ser la respuesta que más me irritaba de niña cuando ser muy preguntona era mi faceta preferida.
Y cierto, ese es el rumbo más lógico para cualquier ser humano, aunque mi interrogante de antaño no aludiera a la vida futura, sino al justo momento en el cual se alistaba a salir para X lugar.
Sin embargo, haciendo una similitud con ese pasado, y al ver la cola en el banco, la del estanquillo, o en busca del pollo, en la bodega, la panadería o el cuerpo de guardia del hospital… me fijo en los rostros añejos de quienes han tenido el privilegio de llegar a “viejo”.
Privilegio, ¡claro! En principio estoy convencida que se lo debemos a un sistema de Salud Pública capaz de asegurarnos al nacer como promedio una esperanza de vida por encima de 80 años en el caso de las mujeres y 75 los hombres.
Pero, ¿de esa misma mano van los planes, programas y destinos presupuestarios… previstos para cubrir las necesidades y brindar estabilidad al atardecer de sus vidas a quienes ya suman en sus años centenas de horas laborales, de entrega, de compromiso?
Unos dirán sí en el mismo sitio que otros dicen no, al tener cada familia enfoques diversos en el escenario complejo de una provincia con más de 84 000 personas que superan los 60 años, entre estas 6 844 por encima de los 85, según el Anuario Estadístico actual.
Para no entrar en la existencia de medicamentos a personas de la tercera edad, las barreras arquitectónicas, la alimentación, la recreación, las ínfimas capacidades de sólo 194 abuelos en los sólo cinco Hogares de Ancianos, valga la redundancia del “sólo”, u otras necesidades a las que obedece la calidad de vida, y que pudieran generar más de una reflexión, quiero guiar estas líneas a un tema subjetivo, aislado de recursos, pero cercano a la sensibilidad. Lo que sí podemos resolverle a quienes ya llegaron a “viejo”, con el más sublime de los cariños.
¿Cuántos de los 2 914 hombres y 3 950 mujeres mayores de 60 años, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información de la provincia, dedicaron su vida en este o aquel centro laboral, y un día llegó su tiempo de jubilación, lo cual no debe coincidir ni con retiro, ni con olvido?
¿Cuántos por estos días, cerca del Primero de Mayo, forman parte de los programas de actividades, el desfile, los encuentros, las tertulias, los intercambios en la fábrica, la escuela o el surco?
Si ya nuestros jubilados en estos menesteres son un número, que crezca entonces ese dígito, pues es el símbolo del respeto a la historia, a la continuidad.
Después del último día de la vida laboral activa se suceden otros, pero ese sentido de pertenencia por la oficina o la maquinaria, por el timón, la tiza o el pizarrón, esas decenas de experiencias de cómo lo hacían antes, sin las nuevas tecnologías o sin los problemas de ahora, y cómo lo debemos hacer, de seguro fortalecen a los que estamos y enorgullecen a quienes estuvieron.
En un mundo globalizado por imperativos materiales, pudiera ser competencia de tantas organizaciones políticas y de masas, gubernamentales y no, ese sencillo té compartido con quienes nos legaron este camino. Solo sería un detalle, entre tanto que debemos hacer por la tercera edad, a quienes creo que no se la estamos poniendo fácil en momentos actuales.
De seguro, ese té avivará el sabor del respeto y la consideración a las canas, a nuestros jubilados, será como una lección fuera de clases para cualquier generación; será de las acciones más bellas en cualquier colectivo que dignifique la fiesta de los trabajadores del mundo. No lo dude, ir para “viejo”, tiene mucho de sentimientos compartidos.