Cuando el presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, colocó en el pecho de Caridad Piloto Hernández la Orden “Mariana Grajales”, hizo oficial un nombramiento que hacía mucho los hijos habían otorgado a la mujer sancristobalense.
La audacia, disposición y entusiasmo con que Cary asume las faenas y vicisitudes diarias, ciertamente, evocan a la Madre de los Maceo; un hecho reforzado, además, por el color de su piel y su complexión recia. Salvando las diferencias de contexto, muchos la definen como una Mariana del presente.
Su primera infancia transcurrió en el último quinquenio de la República neocolonial en Cuba, con las injusticias que implicaba la condición de negro y pobre. Era entonces una de los siete descendientes de un matrimonio consolareño, habitantes de casa de yagua y piso de tierra.
Tenía solo 12 años cuando le pidió a “Chicha”, una vecina enrolada en el trabajo la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), que le permitiera ayudarla en las tareas. Aunque la filiación comenzaba a los 14, la señora aceptó su apoyo.

“Empezamos a trabajar juntas, en las reuniones me presentaba como su colaboradora. Un día se enfermó, y me dijo: `la responsabilidad es tuya´. Y continué, con su supervisión. Hicimos múltiples actividades. Era una etapa de mucha euforia revolucionaria: los primeros años de fundada la organización. Fui secretaria de una delegación y después, de bloque”.
Cary creció en medio de las profundas transformaciones acaecidas en el país a partir del 1 de enero de 1959. Su vida, como la de muchas féminas cubanas de la época, sintetiza la idea fidelista de que la mujer desarrolló una Revolución dentro de la propia Revolución.
“Comencé siendo maestra popular en una escuelita rural llamada Las Palmas, en Consolación del Sur. Impartí clases de 1 a 6 grado, tenía aproximadamente 60 alumnos. Luego, ante la posibilidad que ofrecía la Revolución a los jóvenes de superarse sin que se le afectara el salario, opté por la carrera de Auxiliar de Enfermería Pediatra, en la escuela Marina Azcuy, en Viñales”.
A los 16 años contrajo nupcias y se mudó al batey San Carlos, hoy comunidad Ramón López Peña, donde no encontró sitio para ejercer la enfermería. Comenzó como maestra en la escuelita primaria. Permaneció dos cursos en el centro donde asumió la educación no solo de los niños del lugar, sino también de quienes llegaban con sus familias desde LasVillas.
“Fue muy bonito: aquellos pequeños provenían, sobre todo, del Escambray y traían una cultura e idiosincrasia propia. Además, tenían la particularidad de que los habían separado de una parte de su familia: vinieron con sus padres, quienes, en un momento determinado, por circunstancias de la vida, habían contribuido con los alzados.
“Resultó fácil la labor educativa, porque te escuchaban mucho. Siempre comenzaba mis clases hablándoles de los beneficios de la Revolución, insistía en que ellos tenían las mismas oportunidades de los demás, que se insertarían muy bien en la sociedad, y que serían incluso mejores que quienes vivíamos entonces en el batey. En muchos casos, la vida me dio la razón”.
La rapidez y profundidad de las transformaciones y acontecimientos que ocurrían en la etapa, impactaba en la vida de cada cubano. No había modo de mantenerse al margen de un proceso tan radical. A Cary, le tocó desenvolverse en un escenario muy particular por la confluencia-en aquel batey devenido comunidad- de personas con criterios divergentes, forjados a partir de sus propias realidades.
“A esas familias las situaron en albergues temporalmente, mientras se construían las casas de la comunidad. En mi condición de secretaria general de la FMC, trabajaba también con las federadas, incluso con aquellas mujeres llegadas del centro del país. Nadie nunca me cerró la puerta. Claro, respeto para que me respeten.
“Todo el mundo en López Peña sabe que soy revolucionaria, que me voy a morir con la Revolución, pero no les hablo de los intereses individuales de cada cual, yo voy buscando la colectividad, en aras de sumar y no de restar. Y así, las sumamos: muchas hoy son secretarias generales de delegación, muchas fueron a estudiar gracias a la FMC…”.
Esa labor aglutinadora Cary la ha desplegado hasta hoy dentro de la Federación y también como delegada, desde 1976, cuando surgieron los órganos locales del Poder Popular.
“Ya entonces había personas instaladas en la comunidad y se organizaron dos circunscripciones: fui delegada de la que agrupaba a electores de Batey Viejo y Sumalacara, un lugar distante del centro urbano. Hasta allá iba todos los sábados a los despachos: a caballo, en tractor, en lo que se pudiera, para escuchar las inquietudes de los pobladores. Y se resolvieron muchos problemas”.
Desde entonces mantiene el compromiso de representar a sus vecinos, quienes, por años, han patentizado en las urnas la confianza en esta mujer. Solo los períodos en que cumplió misiones internacionalistas, la alejaron de esa responsabilidad.
“Cada vez que había elecciones a nivel de circunscripción, y llegaba al final del día a la casa, mi padre me preguntaba: ` ¿Saliste de delegada? ´.
– Sí Pipo, sí.
“Él me contestaba: `Tú sí eres buena, el pueblo te quiere´.
“Finalmente me decía: `Fidel en La Habana, y tú aquí´”.
Era el orgullo manifiesto de un padre, antaño víctima de los vejámenes de la Cuba neocolonial, quien siempre recalcaba a sus hijos que la Revolución había que defenderla con todo.
Cary conquistó el respeto, cariño y confianza de la gente con su integridad y entrega al trabajo, por decir sí, ante tareas y responsabilidades que otros quizás preferían eludir.

“Seguiré luchando hasta mis últimos días, porque esta Revolución es de nosotros y para nosotros”, dice Caridad Piloto Hernández.Foto: AYDELÍN VAZQUEZ MES
Su trayectoria estáin disolublemente ligada a la comunidad José Ramón López Peña. Allí dirigió desde su fundación, el círculo infantil, período en el que se graduó como Educadora de círculos infantiles en el pedagógico Rafael María de Mendive, de Pinar del Río.
En 1982, asumió la dirección de la recién inaugurada farmacia comunitaria. Realizó los estudios de técnico medio en Farmacia, entre 1991 y 1994. Luego, se reincorporó ya como especialista, específicamente en el dispensario.
Ante la solicitud de dirección municipal de Salud en San Cristóbal, asumió, en 1995, la responsabilidad al frente del Programa de Medicamentos y Medicina Natural y Tradicional, en esa instancia, la cual desempeña hasta la actualidad. Resultados muy satisfactorios logró el municipio en la actividad en etapas precedentes, por lo cual fue estimulada en varias ocasiones.
En su condición de Diputada al Parlamento cubano durante la Séptima Legislatura entre 2008 a 2013, fungió como miembro de la Comisión Permanente de Trabajo de Salud, Deporte y Cultura. “Fue una experiencia inolvidable, la oportunidad de apreciar a mayor escala el comportamiento de esos servicios, sobre todo el nuestro, la Salud, analizar muchos elementos, aportar ideas y buscar,entre todos,soluciones.
Como trabajadora de Farmacias, cumplió tres misiones internacionalistas: dos en Bolivia y una en Venezuela. Laboraba en la ciudad boliviana de Riberalta, cuando viajó a Cuba, invitada al VII Congreso del Partido en abril de 2016.
Todo eso ha hecho Cary, y más. A la par, ha estado la crianza de los hijos: dos varones y una hembra. Se dice fácil; no lo es. “Pude hacer todo eso y cuidar de ellos gracias al apoyo de mi familia, sobre todo de mi esposo, su padre, siempre muy identificado conmigo en el trabajo de la Revolución”.
Parece incansable esta señora. Ni por asomo, dormita en los laureles de lo logrado. Todo lo contrario: permanece laboralmente activa; desde su rol como delegada, reclama los derechos de sus electores; como miembro no profesional del Secretariado Municipal de la FMC, impulsa el trabajo con las federadas sancristobalenses; y desde su matriarcado familiar, ve por sus tres hijos, seis nietos y dos bisnietos.