¿Qué amas? ¿A qué o a quién, cómo y cuándo dedicas ese prodigioso sentimiento? ¿Será que al amar trasmites adoración y empeños, ganas y sueños, entretienes o sensibilizas, a veces inquietas, y otras calmas, mantienes el latir del lado izquierdo, o en cambio sostienes anhelos, tristezas, preocupaciones o afectos capaces de mover el mundo sin cambiar de universo?
¿Qué amas al saberte mortal e imperfecto, al creerte lo mejor del orbe o lo más incierto? ¿Para ti es cursilería, certeza, viene de la sangre o incluso, excede fronteras?
No importan las respuestas. El amor pudiera ser eso, mucho más, o también viceversa. Existe quien lo advierte en una flecha que atraviesa el corazón para nombrarle Cupido; otros lo vislumbran en ese minuto que engendra otra vida dentro de la tuya propia, y le llaman hijo; en cambio, nueve meses después das a luz a un nuevo ser, que después al amor le dice, madre.
Hay muchos que lo precisan en su pareja, la de todos los días o la de una ocasión fortuita, y algunos en el Dios que sienten como compañía en todo momento, en las buenas, pero sobre todo en las malas, con el barco a la deriva.
El estudiante lo acaricia en el título de graduado; el chofer en el oficio tras el timón; si eres médico en una vida salvada o ingeniero en tu obra mayor; el científico en la vacuna creada; el jardinero en su flor y el maestro en la lección de cada día frente al pizarrón.
Y acaso, ¿eso no es amor? Es también levantarte y adorar hasta las nubes grises del paisaje, el tiempo de lluvia y el de Sol, los amigos de la infancia, la nota que no alcanzaste en esa asignatura pendiente, la foto vieja con libras de menos y sin canas, o el olor a café, si la cita lo amerita.
Hay quien ama el color verde, una prenda de los 15 años teniendo 47, la finca donde creció, ser Virgo en el Zodiaco, el rojo para las uñas, el vecino de siempre, el artículo premiado, las torrejas en almíbar, un cafetal en ruinas, la sangría para compartir, los hermanos diferentes, la música de Buena Fe, si hace frío la bufanda, el oficio reorientado o un juego de béisbol de pequeños Cazadores aspirando a crecer.
Sucede que es un sentimiento sin definición o quizás con una muy amplia, sin límites de expresión y parecido a su tiempo.
Más que el amor o amar, las flores y las espinas te enseñan a amarte como lo más cardinal, a llevar el amor dentro a donde quiera que vayas como fórmula perfecta, para que nunca te falte ni de nadie dependa.
Había que marcarlo en el almanaque de los casi siempre 365 días, los 12 meses, las 52 semanas, las aproximadamente 9 000 horas y los 524 160 minutos que vivimos a cada vuelta del Sol, por ello desde el siglo III en Roma y la muerte de San Valentín —sacerdote sentenciado por celebrar en secreto el matrimonio de jóvenes enamorados— se aferra la tradición cada 14 de febrero.
Llega al siglo XXI el mismo 14 de entonces, también a través de WhatsApp o Messenger. Hace posible imposibles. ¿Recibes o das?, puede ser lo mismo o tal vez igual. Solo diferencia la fecha, el amar de verdad a quien ves al estar frente al espejo. Entonces, nunca dejes de ¡amarte!: esa es la esencia del amor.