Aquella tarde sabatina del 17 de enero de 1959 debió ser inolvidable para la multitud expectante concentrada en el Parque Libertad. No era la primera ocasión que Fidel Castro visitaba Artemisa, pero esta vez traía la estirpe gallarda y victoriosa del Ejército Rebelde que había salvado a Cuba de una tiranía oprobiosa.
Vista así, a la distancia de los años, la escena resulta digna de un clásico del cine; pero fue incluso mejor que eso: tan real y memorable, que algunos testigos recuerdan aún la muchedumbre enardecida que recibió al Comandante.
Eran los habitantes de -según diría el propio Fidel en esa oportunidad- “el pueblo que más hijos ha dado a la Revolución. Los primeros mártires de la Revolución Cubana, los primeros combatientes de la Revolución Cubana, los fundadores del Movimiento 26 de Julio, salieron de Artemisa. La nación cubana tiene mucho que agradecerle a esta ciudad”.
Familiares, amigos, vecinos de un puñado de muchachos valerosos que pusieron su vida al servicio de la Patria, escuchaban al líder entre exclamaciones y aplausos. Él, juraba ante las madres de los caídos en el Moncada que la Revolución nunca claudicaría ni olvidaría la entrega de las vidas de sus hijos.
En aquel discurso que ni la gripe le impediría ofrecer, Fidel pronunció la icónica frase: “A juzgar por los hombres que ha dado a la causa de la libertad, a juzgar por el entusiasmo de todos los vecinos de este lugar, a juzgar por el espíritu patriótico que aquí vibra en todos los corazones, bien merece llamarse Artemisa el pueblo más revolucionario de Cuba”.
La sentencia, elogio invaluable para los reunidos allí, ha sido desde entonces motivo de orgullo de sucesivas generaciones de artemiseños. Pero más que eso, con el tiempo, ha devenido compromiso eterno con el sentimiento expresado por Fidel aquel 17 de enero.
A 64 años de distancia del acontecimiento, la frase de “bien merece llamarse Artemisa el pueblo más revolucionario de Cuba” debiera no solo recordarnos cuánto contribuyó esta tierra al triunfo de la Revolución Cubana, sino cuánto más podemos aportar los artemiseños de hoy, a salvarla. No es un merecimiento perenne, sino un honor que debiéramos conquistar todos los días.
