Escuchar a la doctora Lázara Insua Grillo resulta un placer. A lo interesante de la plática, añade su carácter jovial, y hace que la conversación fluya con espontaneidad, en el ambiente apacible de su hogar sancristobalense, matizado de vez en vez por los ladridos de su can.
Quien conversó con ella en otras circunstancias, mientras se desempeñaba como médico forense, podrá pensar diferente. Más de 40 años en el ejercicio de la profesión, “si bien no te hacen inmune al dolor, sin dudas endurecen la personalidad”.
Citadina como pocas, creció como hija única de un matrimonio en el Vedado habanero de los años 40. “Mi papá era abogado; estudió criminalística. Me enseñó las primeras letras antes de entrar a la escuela. Aprendí a leer en un libro de criminalística. Mis primeras palabras fueron marihuana, manchas de sangre…
“En aquella época, las hijas teníamos que obedecer al padre;al menos en mi familia era así. Para el mío era impensable que estudiara algo relacionado con Policía, ni nada por el estilo. Para mí: Medicina, de preferencia las especialidades de Ginecología o Pediatría, para que no lidiara con hombres”.
Pero Lázara, además de adepta a la investigación, salió bien plantada. “Nunca he pedido permiso. Yo digo: voy a hacer. Cuando en quinto año de la carrera me impartieron medicina legal como asignatura, entendí que era lo que me gustaba y hablé con el profesor, convencida de mi decisión.
“En 1971 todavía no existía en Cuba la especialidad; la ejercían médicos generales. Me licencié e inmediatamente la empecé vía directa, en enero de ese año, a la par del trabajo. Fui la primera mujer graduada como médico legal en Cuba. Mis compañeros pensaban que estaba loca”.
Casada con un médico de Remedios, terminó la carrera y cursó la especialidad en Santa Clara, donde vivió 11 años. Allí culminó también los estudios de abogacía.
Tras el divorcio, luego de buscar plaza infructuosamente como especialista en varios sitios, una amiga le comentó acerca de la inauguración de un hospital en San Cristóbal, donde finalmente encontró su lugar.
“Llegué de mudada el 3 de diciembre de 1981, pues me dieron un apartamento amueblado. Mis hijos vinieron conmigo, aunque el mayor pronto quiso regresar con sus abuelos a La Habana”.
Desde entonces, y hasta la jubilación en 2013, su labor profesional estuvo ligada al Comandante Pinares. En ese período, cumplió dos misiones internacionalistas: en Etiopía, entre 1987 y 1989, y en Venezuela, entre 2007 y 2011.
“La medicina legal es la aplicación de todos los conocimientos médicos y sus ciencias auxiliares. Su objeto es la muerte violenta, pero tiene un espectro más amplio, incluye los delitos sexuales. Antes de que aparecieran los toxicólogos, antropólogos y psiquiatras forenses, asumíamos también los casos de esas ramas. Diría que el 70% del trabajo no es con muertos; ese es solo el 30%.
“Tenemos la responsabilidad de ponernos al servicio de la justicia social. Cada vez que un Tribunal convoca al médico forense, lo hace en calidad de perito, y no se puede equivocar. Realicé ese trabajo muchas veces”.
¿Durante tantos años en la profesión, cuántas tristezas humanas habrán calado en el alma de esta mujer? ¿Cómo lidiar con el dolor?
“Tengo hechos en mi cabeza que no he olvidado nunca, aunque han pasado muchísimos años. Te hacen sufrir y a la vez te endurecen. Para lidiar con eso, sencillamente elijo no acordarme. Nunca pensé en otro camino; a pesar de la dureza del trabajo, me gusta mucho la investigación”.
La doctora Insua acompañó la práctica profesional con una actividad científica relevante, avalada con su participación en múltiples eventos, como los congresos internacionales Forense, y jornadas científicas nacionales. Tras jubilarse, impartió docencia en la Facultad de Ciencias Médicas de Artemisa, luego en la filial sancristobalense. Entre 2015 y 2016, ofreció asesoramiento docente en Venezuela, a estudiantes de pregrado.
Por supuesto, sus dos hijos y tres nietos son parte insustituible de toda esa vida dedicada a la medicina legal. Aunque estén distantes físicamente, tienen un espacio privilegiado donde conviven armónicamente entre libros, en lo apacible del hogar y el corazón de la doctora Insua.