Tan distante y cercana a su tiempo. Sin miramientos a preceptos y tabúes de una época; en cambio, fiel a su sentir, con un sello único y distintivo de rebeldía. A ultranza defendió cuanta causa consideró justa, en tiempos en que las mujeres quedaban relegadas a otros roles.
Pese a no ser una figura tan conocida como amerita su entrega, no fueron pocos los valiosos aportes de María Magdalena Ana Peñarredonda Dolley a la lucha revolucionaria.
En el poblado marieleño de Quiebra Hacha (perteneciente entonces a Pinar del Río), justo en la finca La Argonáutica, había nacido la hija de Amelaide e Hilario, el 22 de julio del lejano 1846. Su madre era descendiente de inmigrantes franceses provenientes de Jamaica, y su padre un español, natural de Santander y capitán de milicias.
Magdalena –quien, posteriormente residió en Artemisa-, no tardaría en apegarse a Cuba y formarse un carácter de mujer decidida que nunca dudó en hacer cuanto fuera necesario a favor de la independencia.
A los 15 años contrajo nupcias con el comerciante José Cobielles, y su casa en La Habana llegó a ser un reconocido centro de tertulias literarias y políticas.
Esos encuentros también se erigieron como espacio de conspiración revolucionaria contra las autoridades españolas.
La afectó profundamente el asesinato de su hermano Federico, quien se había pronunciado en contra del dominio colonial. Sobre este hecho escribiría más tarde y, al ser procesada debido a sus actividades políticas, tuvo que partir a Estados Unidos.
Allí conoció a José Martí que, de inmediato, simpatizó con ella. Cada vez fue mayor su compromiso con el movimiento conspirativo, más evidente al regresar a Cuba. A la consagrada joven se le conocería como la Delegada, pues, iniciada la Guerra del 95, la Junta Revolucionaria de La Habana la designó como tal por Pinar del Río.
Durante esa época operó constantemente entre La Habana y Vuelta Abajo, y supo aprovechar las circunstancias propicias a fin de llevar a cabo cada riesgosa tarea: en numerosas ocasiones cruzó la Trocha Mariel-Majana, con el propósito de trasladar correspondencia para Antonio Maceo, quien le agradecería sus valiosos servicios.
Dada su intensa labor revolucionaria, fue hecha prisionera en la Cárcel Nacional de La Habana, en abril de 1898, espacio desde el cual defendió sobremanera los derechos de las mujeres reclusas. Y al concluir la guerra fue ascendida al grado de Comandante del Ejército Libertador, por tan innegable apoyo a las fuerzas insurrectas.
Igualmente como sagaz periodista, se opuso a la intervención norteamericana, a la masacre de los Independientes de Color y la dictadura de Gerardo Machado, entre otros acontecimientos que provocaron sus denuncias.
A pesar de su avanzada edad, ya en esa época apoyó la revolución antimachadista, y en su hogar encontraron asilo los jóvenes de la Universidad Popular José Martí, los integrantes de la Falange de Acción Cubana, del Grupo Minorista, entre otros.
La excelsa patriota, de quien pudiera afirmarse que batalló hasta el final de sus días, murió el 6 de septiembre de 1937, a los 91 años, en la casa 46 de la Calle Yara, en Artemisa. Magdalena es, sin dudas, de esas féminas que forjaron una impronta como para no ser olvidada nunca.