A nadie tomó por sorpresa que, a fuerza de escuchar norteñas bravatas sobre la exclusión de Cuba, Venezuela y Nicaragua a la IX Cumbre de las Américas, que debe acontecer en junio próximo, varios gobiernos declararan que, de no invitarse a todos los países, no estarían presentes en ella.
La cabal postura es propia de quienes saben muy bien por qué no convienen allí las voces de países que Estados Unidos pretende apartar, los que busca desmoralizar a toda costa, los que no dan buenos ejemplos.
¿Pensarían los que se creen adalides del mundo –los que por tener llenos los bolsillos dan por «bueno el orden universal»– que todo el mundo les teme? ¿Que todos mansamente aceptarían el ultraje a países hermanos, que ni agreden ni pretenden más que procurar, lejos de la brutalidad capitalista, un porvenir de justicia para sus pueblos?
Cuando se tiene vergüenza, cuesta hacerse de la vista gorda. Por esta razón, tras la exposición del presidente mexicano, los presidentes de Bolivia y Honduras, junto a líderes y gobiernos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) y la Comunidad del Caribe (Caricom) manifestaron su disconformidad con la negativa de Estados Unidos, y «en marcha unida» han cerrado fila, como recomendara desde Nuestra América José Martí, el mismo que nos enseñó que hay sitios a los que, en dependencia de las condiciones impuestas, no se puede entrar.
No están los pueblos de América plagados de «sietemesinos», y como no les falta el valor a sus hombres, otra Cumbre, de elevado compromiso con la dignidad humana, se eleva en la Isla que incomoda a los poderosos. En la tierra noble que castiga el imperio y a la que pretende en vano silenciar, se celebra hoy la XXI Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP).
A diferencia de aquella, en la que los temas que se discutirán privilegian intereses de unos pocos, y arrecian políticas genocidas contra otros países, en esta se trabaja arduamente para hallar modos y poner en práctica estrategias de beneficio común para nuestros pueblos, y las palabras que más resuenan son: recuperación, compromiso, cooperación, unidad, solidaridad.
No hay aquí espacio para «aldeanos vanidosos». Los tiempos nuevos requieren nuevas respuestas. Aquí hay estrados para todas las voces, siempre que su fundamento respalde el amor por la Patria grande.
Respecto a la otra, la que nos rechaza, no será lo que dice ser mientras exhiba sillas vacías. Hay silencios elocuentísimos y ausencias que lejos de serlo son demasiada presencia. Cuba lo tiene sabido; y no está sola. En tiempos en que con tanta alevosía se le ha castigado, ella ha salvado y ha resistido. Nadie podría, ni con los ojos vendados, negar el destello de su heroica existencia.
