El Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, fundador y artífice de la Revolución Cubana, está reconocido como una de las personalidades históricas más excepcionales de todos los tiempos, una leyenda del mundo contemporáneo.
Acumuló una carga tan grande de historia sobre sus hombros que, junto a su amplia visión de los problemas del planeta, lo llevaron al lugar de honor y sacrificio que ocupa.
Su obra, su legado y su contribución a la humanidad, lo han sembrado en el corazón de los humildes e insertado en la historia como una de las figuras que ha luchado con más empeño por la justicia y la igualdad social.
El suyo es uno de los pensamientos políticos sociales más lúcidos, creativos y anticipadores de los últimos 60 años.
Su consagración a los ideales de independencia y respeto a la soberanía de los pueblos, su afán por el logro de todos los derechos humanos del hombre, su lucha por la paz, derroche de solidaridad a favor de los oprimidos y consagración a la gigantesca obra de la Revolución Cubana, lo convirtieron en un líder protagonista, conocedor profundo de los más grandes problemas de Cuba y del orbe.
En Fidel confluyen el pensador, el científico, el estadista excepcional maestro del arte de hacer política y el visionario del acontecer mundial con enorme capacidad de análisis. De ahí la certera interpretación del destino de la humanidad en el momento justo.
Convencido de que el pueblo es el protagonista colectivo de la Revolución, una de sus grandezas nace del vínculo e intercambio sistemático con las masas, en lo cotidiano y en lo trascendente.
Sobresale como orador brillante, con extraordinaria agilidad para construir ideas profundas y bellas, cualidades que le permitieron utilizar la palabra como instrumento preferido en su quehacer revolucionario y le posibilitaron sumar 1 150 discursos oficiales registrados.
Este maestro del pueblo nos educó en el arte de saber vencer y en la cultura de la resistencia. Jamás aceptó la derrota y nunca convivió con ella, sino que peleó sin descanso. Conjugó brillantemente lo político y lo militar, y destacó como estratega, al punto de contribuir a la formación y desarrollo de la doctrina militar cubana.
Revolucionario sin claudicaciones, convirtió los sueños en realidades y los imposibles en victorias.
Vio como pocos el papel decisivo de la unidad. Con su capacidad extraordinaria para convencer, aglutinar y dirigir la acción del pueblo, forjó la unión de las diferentes fuerzas revolucionarias en un grado tan alto como no se había alcanzado en Cuba.
El legendario guerrero de la Sierra Maestra partió de lo impensable y lo hizo posible, para mediante la práctica consciente, organizada y el pensamiento crítico, conducir esas posibilidades hacia la victoria.
El más preclaro hijo de Cuba en el pasado siglo nos enseñó a creer en los jóvenes, a ver en ellos, además de entusiasmo, capacidad, convicción profunda de que la juventud puede.
Nos enseñó a combatir lo mucho con lo poco, lo fuerte con lo débil y la superioridad tecnológica con la inteligencia. Antimperialista irreductible, entró a la historia como un factor de equilibrio con el monstruo que pretende devorar a la humanidad, los Estados Unidos de Norteamérica. Y emergió invicto de mil batallas, tras enfrentar peligros sin medir sacrificios ni riesgos, por la Revolución y la Patria.
Estos y otros muchos valores y acciones compartidos con los pobres de la tierra y con quienes luchan por un mundo mejor, trascienden nuestras fronteras y demuestran que la historia lo absolvió.
“Hay hombres solares y volcánicos, miran como el águila, deslumbran como el astro, sienten como sentirían las entrañas de la tierra, los senos de los mares y la inmensidad continental”, escribió José Martí, y sabemos que nuestro Comandante en Jefe está entre esos hombres.
Todos los cubanos conocemos que Fidel es Fidel y no necesita apologías. Este sencillo homenaje es solo una forma de volver sobre su obra, ejemplo y presencia en la cotidianidad de la Revolución Cubana.
Sus cenizas reposan en el interior de una roca de granito, recinto funerario muy propio para un Caguairán gigante como él; desde allí continúa irradiando luz.
Pero su nombre y su figura no están en monumentos o bustos, no en el mármol o la roca, sino en el quehacer revolucionario de nuestro pueblo y del mundo, en la firmeza de principios; ahí es donde se afianza su inmortalidad.
El mejor monumento a sus ideales y su obra es hacer realidad cada día los postulados contenidos en su concepto de Revolución, en el que fue consecuente con su actuación cotidiana, modestia, desinterés, altruismo y solidaridad.
Las nuevas generaciones de cubanos tendrán en Fidel, como en Martí, un paradigma y una motivación profunda.
Por Orlando Tomás Ávila, Jefe de la Dirección de Trabajo Político e Ideológico de la Dirección Provincial ACRC