Cuando todo comenzó, la expansión del virus, los muertos y hasta los esfuerzos preocupaban al ser humano sobre una pandemia que venía, indiscutiblemente, a cambiar el rumbo de nuestras vidas.
Pero China parecía estar muy lejos y también el miedo: esa sensación provocada por la percepción de un peligro nada imaginario, más bien palpable. No fuimos capaces de comprender cuán fácil le sería diseminarse por todo el planeta, acechando como si fueran suyos los sueños, la alegría familiar, cada tarde o la cotidianidad, por sencilla y monótona que fuera.
Después estuvo más cerca. De una cifra pequeña pasamos a otra mediana, y luego las alarmas. Hoy vivimos una tormenta de sinsabores entre los fallecidos, el afán en las instituciones de salud, un estado poscovid quizás más peligroso que el propio virus, y hasta la lucha tras un mazo de hierbas para preparar un cocimiento, no la cura salvadora sino el alivio imprescindible.
Hace unos seis meses, cuando parecía que regresábamos a la “normalidad”, comenzamos a escuchar sobre candidatos vacunales, respuestas inmunológicas, descensos de la curva y aciertos que prueban la capacidad de nuestros científicos.
La llegada de una dosis que nos hiciera más fuertes fue, sin dudas, aliento para el alma, más en estas últimas semanas cuando el caos toca cerca… y no despedirnos de seres entrañables nos permite comprender lo duro de convivir con el SARS-COV-2 y sus variantes.
Entonces nacían nuevas esperanzas en la población cubana. Cada ensayo clínico y resultado se volvió una conquista para la salud pública. Fuimos más felices y, a la espera de recibir el inmunógeno, echamos a andar —sin confiarnos—, pues la vida debía continuar.
Actualmente, Artemisa toda se inmuniza: nuevos pinchazos llegan hasta los hombros de quienes tuvieron más que la buena suerte de estos tiempos. En sus rostros se refleja la esperanza. Otros lamentamos no llevarla en esta primera etapa, a pesar del empeño, pues no fuimos irresponsables ni descuidamos nuestras vidas.
Uno se siente afligido. Jamás pensamos vernos en la lista de los contagiados, sí en la de una campaña de vacunación que, lenta u oportuna, nos devolvería la voluntad infinita de no rendirnos entre tanto desconsuelo.
Pero no se pudo: nuevamente el destino quiso ponernos a prueba. ¡Y de qué manera!, aun teniendo en cuenta que pronto estará lista para recorrer nuestro organismo…la que nos toca, como estas.
Es imprescindible mantener una salud mental al menos estable después de pasar tan dura etapa; lo dicen los especialistas. ¿Qué haríamos si no: acaso perecer? ¡Eso nunca! Asumiremos nuestras circunstancias y esperaremos la dicha de llevar dentro más seguridad.
Me contenta saber que en mi barrio recibirán el inmunógeno, que mi madre, el resto de la familia y muchos conocidos también lo harán. Disfruto saberme en una sociedad donde, de ningún modo,los esfuerzos serán en vano, principalmente si en la misión de salvar aportan todos.
Cuba tiene un compromiso y un privilegio: al concluir este año su población estará completamente inmunizada, incluidos los convalecientes, los de hombros que ahora no pueden recibir a Abdala o Soberana, por un PCR positivo, síntomas sugestivos en el momento de la vacunación y causas reconocidas por la comunidad científica.
Sin embargo, no olvidaremos el desvelo de esta nación, que —en medio de tanta tristeza— nos alimenta un amor bravío para pasar página y seguir.