Excepto en la Antártida, las abejas están en cualquier hábitat donde hay plantas con flores. Su antepasado se relaciona con la familia Crabronidae, depredadores de insectos. Se especula que las primeras abejas quizás se hayan alimentado del polen que cubría a algunas de sus presas y, de manera gradual, sus crías comenzaron a ser alimentadas de polen en lugar de insectos.
Suman casi 20 000 especies, entre ellas la Apis mellifera, mejor conocida como abeja doméstica o simplemente “abeja”. A diferencia de otras, esta especie es un insecto social que vive en comunidad y conforman tres clases de individuos: la reina, las obreras y los zánganos.

Tienen una estructura y organización en la que cada cual cumple estrictamente su función. Las obreras se encargan del trabajo pesado, como limpiar, pulir, alimentar a la cría, recolectar néctar y transformarlo en miel. También ajustan la temperatura en la colmena a través de la ventilación que proporcionan con sus alas.
Mientras, los zánganos tienen la obligación de fertilizar a las reinas vírgenes, y estas, además de reproducirse, cumplen el propósito de liderar, organizar y motivar a las obreras para completar la carga de trabajo de la colmena.
El arte de criar abejas
Campo adentro, a unos cuantos kilómetros de la zona urbana de San Antonio de los Baños, en tierra de productores de flores, donde girasoles, margaritas y azucenas aromatizan el ambiente, donde crecen libremente los aguinaldos y se desarrollan los frutales, Nancy González y su esposo Eulogio Fernández incursionan desde 2014 en la apicultura.
Lo que empezó como un hobby, con dos colmenas, hoy ocupa una parcela con 30, a escasos metros de la vivienda familiar.
Nancy asegura que atender a las abejas es un trabajo riesgoso, porque están expuestos a sus picaduras, pero muy hermoso. Entonces se pone su traje de colmenera, para mostrarnos dónde viven sus melliferas consentidas, y aclara que su cuidado es un trabajo de dos.

Aprender, el camino más corto
“No es tan simple como poner una colmena y comenzar a producir miel”, advierte Nancy.
“Tuvimos que estudiar para entender su comportamiento. Las primeras capacitaciones llegaron a través de la UBPC Apícola Artemisa, a la cual pertenecemos. Ellos nos dieron herramientas teóricas para adentrarnos en este mundo. Algunos amigos nos ofrecieron folletos. También buscamos ayuda en Internet, y fue muy importante la alianza con productores que llevaban años desarrollando la apicultura”.
Una rutina necesaria
“Mi esposo y yo trabajamos. Él se encarga de las actividades de mantenimiento en la Empresa de Tabaco Torcido, y yo soy económica en la Cooperativa de Producción Agropecuaria Vicente Pérez Noa.
“Eso nos limita el tiempo. Aun así, cada 15 días dedicamos toda la atención a las colmenas, a fin de asegurarnos, entre otros asuntos, que la reina esté poniendo los huevos necesarios para garantizar el desarrollo de la cría.
“Si las abejas sienten nuestra presencia, emplean su mecanismo de defensa; por eso hay que echar humo en la colmena: eso enmascara las feromonas de alarma, y reduce las posibilidades de ser picados por ellas”.
Dulce beneficio
“El apicultor debe saber elegir los panales adecuados para que la miel tenga óptima calidad, y verificar que estén sellados. Luego los coloca en una centrífuga (con capacidad para 48 panales) hecha de acero inoxidable y diseñada para extraer la miel sin dañar el panal.

“De allí los conducen a los tanques, en cuyo formato se venden a la UBPC Apícola Artemisa, responsable de los exámenes de calidad, de clasificar y determinar sus diversos usos, incluso la exportación y los destinos medicinales. A ellos también vendemos cera y propóleo”.
Beneficiados por la tarea Ordenamiento, los dividendos económicos de Nancy y Eulogio rondan por el orden de los 35 280 pesos (valor de una tonelada) y tienen la posibilidad de recibir Moneda Libremente Convertible, en caso de que sus dulces colmenas produzcan con parámetros competentes para el mercado internacional.