Cuando nos toca comentar sobre los niños, cada palabra lleva en sí pura dulzura, fantasía y felicidad, como se les ve en los parques, escuelas y hogares. Pero recordemos que la COVID-19 nos ha jugado malas pasadas en los últimos meses, y las cifras en Cuba ya les hacen parte de la pandemia a diario: el alma queda rota al conocer la intolerable muerte de quienes nacen para tanto vivir.
Justo hoy, 1 de junio, se conmemora el Día Internacional de la Infancia, fecha instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas para consagrar la fraternidad y la comprensión entre los niños y las niñas del mundo entero.
Debería ser una jornada de celebración, entre juegos y canciones, pero si le damos una vuelta al orbe no hay mucho que festejar, más bien luchar para que nada ni nadie apague las sonrisas de quienes mejor saben querer.
Les hemos visto llamarle “superhéroes sin capas”, por su incomparable resiliencia, ahora que tanto coronavirus, con sus bajas y altas, les ha tocado tolerar. Fueron ellos quienes permanecieron aislados de las calles, escuchando las mismas historias, tocando los mismos juguetes, revisando sin maestros sus libros y dibujando arcoíris con el “Yo me quedo en casa” o el “Gracias a los médicos.”
A más de un año de bichos con coronas, nasobucos y manos limpias, las alertas no paran de sonar en cualquier rincón del planeta, como las tristes historias de niños encerrados en su cuarto en cuarentena personal, o de la pequeña en Italia que no alcanzó un respirador mecánico… y se le veía atrapando bocanadas de aire sin poder.
De ahí lo triste del hijo de una profesora brasileña a quien el médico se negó a realizarle una prueba, con el argumento de que sus síntomas no se ajustaban al perfil del coronavirus, y murió dos meses después por sus complicaciones.
Semanas atrás “otra vez los niños”, y no la pandemia. Unos 200 perecieron en la Franja de Gaza, bajo las bombas israelitas. Allí ningún lugar es seguro para los pequeños; les toca pagar un precio demasiado alto por un conflicto del que no son responsables.
Varias veces la Unicef ha exhortado a ambas partes a ejercer la máxima moderación y evitar más víctimas infantiles. Pero el impacto de los cohetes mientras corrían hacia los refugios, aumentó el número de heridos y fallecidos, cuando deberían correr o jugar libremente.
Las bombas nocturnas cuyas luces son similares a fuegos artificiales engañaron su inocencia. Detrás de una fuerte detonación apareció el dolor. Búsquedas en los escombros, la terrible foto de un padre con el cuerpo sin vida de su hijo o la sala de esterilización inutilizable después de un bombardeo, hiere la vista de la humanidad, aunque quizás no lo suficiente.
Sumémosle tanta desnutrición, pobreza, violación, irrespeto de derechos, maltrato o asecho, como el malhechor que hace días intentó secuestrar a una pequeña, mientras esperaba el autobús de su escuela en una céntrica esquina de Miami.
Aun en medio de pandemia y carencias impuestas, nuestra realidad es muy distinta: aquí siempre habrá una mano solidaria, salud, atención y buena educación para los duendes del hogar.
Al parecer, para alejar la angustia, a cada rato llega a la televisión Chamaquili, desbordado de reacciones muy simpáticas. Debemos enseñar su manera de ser frente al bicharraco, para frenar infortunios y muy pronto poner pinchazos en brazitos, abrir escuelas y que los sueños corran de un lugar a otro.
Recuerden entonces los “mapás” (mamá y papá) de cada nación que Chamaquili son todos los niños. Ayudemos a que este día no pierda su esencia.