Cuando uno menciona la Universidad quizás nunca asocie esta palabra al surco. Sin embargo, la alma máter artemiseña rompe esos esquemas y lleva la ciencia hasta la tierra.
“Durante 2020 y 2021 la Universidad de Artemisa(UA) ha estado vinculada a diferentes proyectos de investigación, propios o de colaboración con instituciones nacionales e internacionales”, comenta Alexander Chile Bocourt, jefe del Departamento de Ciencia, Tecnología e Innovación de la UA.
Participan 15 profesores y 20 estudiantes volcados hacia la ciencia, tanto del curso diurno como el de trabajadores.
A pesar del impacto de la COVID-19, los procesos investigativos no se detienen. “Trabajamos arduamente para cumplir cada etapa enmarcada”, sostiene la ingeniera agrónoma Esperanza Mendoza Ramírez, Máster en Ciencias y Profesora Asistente del centro de altos estudios.
Proyectos para el campo
“Entre los proyectos propios de la Universidad está el de Valorización de la biodiversidad microbiana para el desarrollo agroecológico de los Sistemas Agrícolas en la provincia de Artemisa”, expone Chile Bocourt.
“Es la contraparte del proyecto Cuba-Francia: Red para la valorización de la biodiversidad microbiana indígena al servicio de la agroecologización de los sistemas agrícolas del Caribe, a través del intercambio de conocimientos y el refuerzo de las habilidades de los actores”.
De igual modo, la Universidad ha estado vinculada al proyecto Fortalecimiento de la cadena de frutales en Cuba, a través del cual se ha interactuado con Artemisa, Alquízar y Caimito, en las cadenas de mango, guayaba y papaya.
“También participamos en el Programa de Innovación Agropecuaria Local (PIAL), a través del cual se generan buenas prácticas como las microbecas o microacciones.
“Este ha permitido incorporar a la Innovación Agrícola mayor diversidad de hortalizas y frutales; salud animal; cultivo de papa orgánica; producción de conservas vegetales; manejo, mejoramiento y conservación de suelos; capacitación en el manejo de plantas ornamentales, flores y confección de arreglos florales; manejo de aves de corral, conejos y meliponicultura, entre otras actividades”.
Asimismo, intervenimos en el proyecto de diferentes variedades de frijol y, de conjunto con el Instituto Nacional de Ciencias Agrícolas (INCA), desarrollamos investigaciones asociadas al cultivo del ajo, del arroz, frutales y otros”, concluye Chile.
Ajo más adaptable y resistente
Hoy marcha a buen ritmo el proyecto Mejoramiento genético del ajo, para incrementar la tolerancia a los efectos adversos del clima y contribuir a la seguridad alimentaria”, perteneciente al Programa Nacional Alimentación y Agroindustria.

La profesora Esperanza, junto a Humberto Izquierdo Oviedo y cuatro estudiantes, centran sus esfuerzos en la investigación del efecto de diferentes formas de plantación y el empleo de bioestimuladores del crecimiento en el cultivo del ajo elefante (Allium ampeloprasum var. ampeloprasum) en condiciones de producción.
“El objetivo fundamental radica en evaluar el comportamiento agroproductivo del ajo elefante en esas condiciones. La investigación tributa al programa doctoral de producción agrícola sostenible, y se involucra en el proyecto Mejoramiento genético del ajo para incrementar la tolerancia a los efectos adversos del clima y contribuir a la seguridad alimentaria”, comenta la profesora.

Lo ponen en práctica en la finca La Rebeca, perteneciente a la CCS Niceto Pérez, en Güira de Melena, donde el campesino evalúa la ciencia aplicada.
“No solo hemos visto la adaptabilidad de este clon elefante aquí; lo hemos estudiado en La Habana y en Batabanó, donde hay productores con buenos resultados.
“La perspectiva de la introducción de este clon está basada en la degradación genética de los existentes en el país, como el ajo criollo y el vietnamita, y la no existencia de semillas para continuar su producción, un punto débil en nuestra agricultura. También insistimos en buscar clones resistentes a enfermedades, condiciones del ajo elefante”.
Ya transitan por la tercera etapa, y en octubre inicia la cuarta. Toda la investigación se proyectará hasta 2023; adelantar resultados ahora puede ser precipitado.
“La introducción de nuevos genotipos no siempre es satisfactoria. No todos se adaptan a las condiciones edafoclimáticas de Cuba. Una investigación como esta, exige llegar hasta el final para hablar de resultados”, expresa con cautela la investigadora.
Si todo sale bien, se espera extender la experiencia a otras provincias, de la mano de una agricultura sostenible y ecológica.
“Queremos atenuar el uso excesivo de fertilizantes químicos. Estudiamos el empleo de bioestimuladores del crecimiento de producción nacional, como QuitoMax y Pectimorf, los cuales contribuyen a disminuir el efecto del estrés biótico y abiótico en las plantas e incrementan el rendimiento de los cultivos”, enfatizó Esperanza.

En una provincia eminentemente agrícola como Artemisa, establecer estos convenios colaborativos solo se traduce en beneficios para ambas partes. Cada uno gana en experiencia y sabiduría… y, sobre todo, quienes reciben en casa el producto final lo agradecen.
La ciencia dirigida hacia la producción de alimentos genera óptimos resultados, una agricultura sostenible y respetuosa con el medio ambiente. Permite hablar de seguridad alimentaria y de calidad. Esperemos que la Universidad siga llevando el aula hasta el surco, y viceversa.