Cuando Cuba comenzó a hablar de sus propios candidatos vacunales, a todos se nos encendió una luz de esperanza. ¿Dudas? Quizás los tantos videos virales de posibles reacciones de la vacuna a unos nos hicieron temer y a otros reír, pero nunca al pueblo cubano le ha faltado la fe en sus hombres y mujeres de ciencia.
Al superar una fase tras otra de las extenuantes evaluaciones experimentales, extendieron una prueba que apenas había llegado a 132 sujetos. Luego, miles de voluntarios pusieron su hombro a disposición de la Fase III del ensayo con el candidato vacunal Abdala, desarrollado por el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología.
Se sucedieron los meses y permanecimos escuchando cómo avanzaban y celebrando juntos los resultados. Y ya Abdala llegó a Artemisa. ¿Por dónde empezar? Es justo que quienes recibieron los aplausos de las 9:00 de la noche, recibieran también la primera dosis antes que el resto.

¿Por qué no hacer una campaña de vacunación sino una intervención sanitaria? La situación epidemiológica es inestable: cada día los números aumentan y las salas de terapia intensiva sienten más el peso de la pandemia; contener esta realidad se torna imperativo.
Mas, los candidatos cubanos antiCOVID-19 aún resumen los resultados de la última fase de evaluación; por tanto, todavía el Centro Estatal de Control de Medicamentos no los ha avalado como vacunas.

Eso sí, los altos resultados de seguridad e inmunogenicidad mostrados por Soberana 02 y Abdala, sumados a datos preliminares que aporta la intervención en grupos vulnerables, y la relación favorable de beneficios sobre riesgos, apoyan la decisión ministerial de ampliar el estudio y usar los candidatos vacunales disponibles.
El objetivo consiste en erradicar, reducir niveles de exposición y controlar la transmisión natural o prevenir la ocurrencia de epidemias.
Esa es la razón de Nubia Molina, enfermera con 22 años de trabajo y una de las cuatro responsables de los pinchazos en el vacunatorio del Hospital General Docente Ciro Redondo García, para vacunarse.
“Nunca pensé tener la responsabilidad de participar aplicando dosis de un ensayo clínico. Pero la fe es grande, y yo, justo como inyecto a mis médicos, pondré mi brazo en favor de la ciencia”, contó.

No le teme a ser garante al vacunar a otros, ni le asustan posibles reacciones. “¡Más me asusta padecer COVID-19!”, nos dijo. Y con esa misma calma inmunizó a sus 25 primeros pacientes, antes de tomar el descanso merecido.
Allí estaba también Luis Ernesto Oviedo Díaz, especialista en Anestesiología y Reanimación, quien luego de muchas estancias en zonas rojas y misiones internacionalistas en la lucha contra la pandemia en Kenya y México, fue el primero en vacunarse en este centro asistencial.
Subió la manga del brazo izquierdo de su camisa y, con una sonrisa en los ojos, reiteró a la enfermera su consentimiento para aplicar la dosis. “La ciencia cubana es grande; no tengo duda alguna: todo estará bien”, comentó antes de salir al sitio de la estancia posvacunal.

La confianza no falta. Los emocionados tampoco. Por eso a Elieser, después de esperar ansioso, la presión le jugó una mala pasada; ahora deberá estabilizar su tensión arterial antes de inyectarse.
Pinchazos de esperanzas iniciaron hoy un recorrido por los 11 municipios artemiseños. Serán, otra vez, las batas blancas mensajeras del recado de amor más bonito que se puede escribir estos días: #YoMeVacuno. Y cuando nos toque al resto, ya sea por intervención o vacunación masiva, debemos hacerlo… por Cuba: un país más inmune y más feliz, un sitio más sano para todos.