Dicen quienes han llegado casi al final y han sido salvados que, cuando la agonía del dolor oscurece todo, unos ángeles blancos te regresan a la vida. Quizás uno de esos que salva de la muerte y no necesita alas para volar en este mundo es William Hernández García.
No resultó muy fácil encontrarlo. Pensé utilizar la táctica de decirle que necesito atención médica, y entonces no subestimaría mi urgencia. Él mismo me dijo: “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo de enfermero que se resista al llamado de un paciente”.
Entonces no pudo resistirse cuando le propuse que, como paciente, necesitaba que mi enfermero me contara la historia de su vida.
Como si se tratase de un llamado inmediato para un rescate, hablando muy rápido y sonriendo (porque ni con nasobuco puede esconder la sonrisa), me contó que su abuela Dixia quería un nieto enfermero para que la cuidara siempre.
El niño veía por los ojos de su abu, y comenzó a investigar cómo con nueve o diez años podía convertirse en uno de ellos, parar salvar a la abuela.
Fue al palacio de pioneros de su natal San Antonio de los Baños. Allí conoció a Rosa y, en el círculo de interés de esa seño, Willito entendió que un enfermero no solo inyecta a los niños cuando tienen fiebre, también inyectan salud al mundo y canalizan venas, para suministrarle a los corazones rotos unos años más de vida.
¡Sorpresa! Casi finaliza el noveno grado y a su secundaria llegó la convocatoria a un curso de Enfermería para quienes recién terminaban esa enseñanza. ¡Al fin se vería con una bata blanca en aquel septiembre!
Fue muy difícil con 15 abriles. Pero la profe Madelín Musibay siempre estuvo para apoyarlo, y William se graduó de enfermero básico con un perfil de bachiller biológico.
La abuela Dixia estaba nerviosa cuando, con 17 años, su nieto era el enfermero de la sala de cirugía del Hospital Ivan Portuondo, en San Antonio de los Baños: una sala con 24 camas cobijaba pacientes en todas las especialidades quirúrgicas, y ahí estaba William salvando vidas… y agradeciendo por descubrir que el sueño hecho realidad no solo era el de su abuela sino, el suyo.

Llegó la Licenciatura en Enfermería en un Curso para Trabajadores, dos veces por semana. Otro reto. De las guardias a las clases… y de las clases a las guardias. De la jeringuilla, el bisturí y la gasa a los libros, las libretas y el bolígrafo, pero siempre de un lugar a otro iba su empeñado corazón. Lo logró en el año 2013.
Rotó por cada una de las especialidades en el hospital. Vivió cientos de experiencias. Salvó muchas vidas. Trabajó en el salón de operaciones en todos los departamentos, desde enfermero de recuperación hasta enfermero circulante o instrumentista.
Dirigió el cuerpo de guardia y la sala de Cirugía. En 2015 comenzó a dirigir el Sistema Integrado de Urgencias Médicas (SIUM) de la región Este; atendía a San Antonio, Alquízar, Güira de Melena y Bauta.
Para empezar, un accidente masivo. Muchos nervios. Muy diferente la vida hospitalaria del enfermero a la extrahospitalaria del intensivista. Para dirigir tuvo que estudiar y crecer con fundadores del Sistema de Urgencias Médicas que esperaban por él como jefe.
Así, en diciembre de 2020 fue promovido al cargo de asesor de Urgencia y Emergencia en la dirección provincial de Salud Pública. El nieto de Dixia hoy es el responsable de los tres centros coordinadores del SIUM en Artemisa; desde entonces está al frente de la difícil tarea de coordinar los traslados e ingresos de los pacientes sospechosos y positivos a la COVID-19 en el territorio.
William Hernández es un ejemplo de profesionalidad, humanismo, desinterés y solidaridad, valores legados por Florence Nightingale, la británica considerada precursora de la enfermería profesional moderna y creadora del primer modelo conceptual de enfermería.
Mañana, 12 de mayo, se celebra en todo el mundo el Día de la Enfermería, en homenaje al aniversario 201 del natalicio de Florence. William, el ariguanabense de 28 años de edad, también merece este homenaje, como sus colegas, quienes brindan asistencia en policlínicos, hospitales, centros de aislamiento y consultorios médicos, en Cuba y en los disimiles rincones del mundo.
Son verdaderos ángeles de batas blancas que te arrancan de un tirón de los brazos de la muerte y te devuelven a la vida. Gracias, por el impulso, a Dixia; desde algún confín del universo, mira orgullosa a su nieto, junto a otras abuelas, hijos, madres y padres con el corazón apretado de tanto orgullo en el pecho, al saber que sus hijos son enfermeros.