En la historia de la natación el nombre de una australiana resalta por la cantidad de lauros obtenidos y el férreo dominio logrado durante unos ocho años. Dawn Fraser se nombra quien fuera la mejor nadadora del mundo entre 1956 y 1964.
Fraser nació el 4 de septiembre de 1937, en Balmain, un suburbio de Sídney, y se convirtió así en la menor de ocho hijos. Su hermano Don también fue nadador, pero murió cuando ella tenía solo 13 años y apenas comenzaba en la práctica de esta disciplina por recomendaciones médicas, pues era asmática.
La muerte de su hermano la marcó durante toda su vida, y a la vez fue un impulso a su carrera deportiva. A solo cinco años del hecho, en 1955, Dawn ganó sus primeras medallas en los campeonatos regionales; y solo un año después el 21 de febrero de 1956, batió el récord del mundo de los 100 metros libres en los campeonatos nacionales de su país.
Ese día Dawn, con apenas 17 años se enfrentó en una dura fi-nal ante la gran favorita Lorraine Crapp y la venció con tiempo de 1:04.05. Ambas se clasificaron para los Juegos Olímpicos que organizaría Melbourne ese mismo año, donde protagoni-zarían otro duelo, nuevamente ganado por Fraser, gracias a otra plusmarca del orbe, esta vez de 1:04.05. Otra australiana Faith Leech completa un podio totalmente local.
En esa misma cita, Crapp logra arrebatarle el oro en los 400 metros libres, la cual no era su prueba fuerte, aunque se que-da con la medalla de plata. Ambas se juntaron con Leech y Sandra Morgan para llevarse el oro del relevo 4×100 metros libres, con récord mundial de 4:17.1 incluido.
Cuatro años más tarde, en la cita estival de Roma ́60, Fraser vuelve a conquistar el oro de los 100 metros libres y se convirtió en la primera mujer en revalidar el título en la “prueba reina”, logrando el único lauro de su nación ante el empuje de las estadounidenses. En los relevos 4×100 libre y combinados se tuvo que conformar con sendos segundos puestos.
Para la cita estival de Tokio ́64 iba con la “espinita” de la edición anterior, y aunque no pudo ayudar a su país a ganar en el relevo 4×100 libres –fueron segundas-; si se colgó su tercera corona consecutiva en los 100 libres individuales. Una haza-ña increíble –nunca más repetida por una mujer-, pues pocos meses antes tuvo un grave accidente automovilístico, donde murió su padre y ella sufrió lesiones en el cuello y la espalda.
Dos años antes se había convertido en la primera mujer en nadar los 100 metros libres en menos de un minuto. La proeza la logró en Melbourne, al marcar 59.9 segundos, un mes más tarde en Perth marcó 59.5 y poco a poco rebajó su marca hasta 58.9, tiempo logrado unos días antes de aquel accidente en febrero de 1964, y que se mantuvo invicto hasta 1972.
Más allá de su enorme talento, siempre fue una rebelde e in-cluso llegó a cometer indisciplinas graves, como intentar robar una bandera japonesa durante los Juegos de Tokio, por lo cual fue sancionada a diez años sin competir, y supuso el final de su brillante carrera con solo 27 años. Había logrado ocho medallas olímpicas (cuatro oros y cuatro platas) y 27 récords mundiales.
A pesar de esa sanción, le fueron otorgadas la Orden del Imperio Británico y la Orden de Australia; también resultó elegida miembro del Parlamento de su país. Fue una de las portadoras de la antorcha Olímpica durante la ceremonia de inauguración de los Juegos de Sídney 2000.