¿Belleza externa?
Desde tiempos inmemoriales el ser humano, impulsado por la religión, las supersticiones, el arte, la cultura, las costumbres, la estética o la moda, ha colocado en su cuerpo insignias como los tatuajes.
Corre el siglo XXI y las ideas que tenemos en la cabeza ya no son las de hace 30 años, desde los peinados hasta las formas de vestir, las gafas tan variantes, bikinis, uñas, pues de eso se tratan las modas, de cambios constantes en nuestra manera de proyectarnos. Al parecer, los cambios también se hacen necesarios en el modo de pensar.
Quizás llegó el siglo de los tatuajes… y para quedarse. De acuerdo con los especialistas en el tema, es síntoma adyacente de la globalización cultural, de los falsos estereotipos para lograr la aceptación de los demás, o patrones para alcanzar respeto dentro de determinados grupos. Pero hay que verlo todo desde varios puntos de vista; tampoco se pueden estereotipar las ideas.
No es menos cierto que en muchísimos casos estas son las razones. Sin embargo, otras nada tienen que ver con lo anteriormente planteado; ya hay miles que ven esta moda como arte, como una forma sencilla de expresarse… como el ángel de Carlos Varela, que se tatuó el cuerpo con un grafiti de amor.
Hay quienes empiezan en este mundillo desde edades muy tempranas, sin tan siquiera haber recibido clases de dibujo. Después de una experiencia con un joven muy reconocido en estos asuntos me adentré un poco más en el tema.
En esa ocasión me comentaba que “a los 13 años comencé a tatuar pero nunca he ido a escuela alguna donde enseñen cómo, pero sí lo conozco a la medida, pues me documento constantemente. Son los riesgos y consecuencias de tatuajes mal cuidados, algo en lo que siempre hago mucho hincapié cuando vienen mis clientes”.
Casi la totalidad de sus vecinos y amigos llevan su huella, y hasta en él mismo prueba; sus utensilios están perfectamente higienizados, las agujas correctas, los guantes y papel desechables, desinfectantes, gel de baño, pomadas… todo al pie de la letra.
Antes de cada uno irse, más contentos imposible, les da la lección de siempre: “el proceso de curación de una a dos semanas, nada de relaciones sexuales, lavar la zona dos o tres veces al día, aplicar antibióticos en ungüento, en 45 días no exponerlo al Sol, nada de playas, piscinas o ríos ni ejercicios físicos; esa es prácticamente mi ley”, explicaba mientras terminaba de pintar un rostro de samurái-sus preferidos-, a un trabajador social casi de su misma edad.
Ya no es solo moda de los jóvenes, miles de personas muestran con orgullo sus creaciones. Hoy nadie se opone a los Beatles ni a la liberación feminista, al rock and roll, a las disímiles formas raras de vestir ni a los colores extraños en el pelo que un día fueron mal vistos y mal entendidos, cuando los jóvenes los usaron igual por “rebeldía”, pero escondidos.
Ahora parece ser el tiempo de los tatuajes. Solo es preciso entender que, antes de elegir este procedimiento, se ha de investigar la precisión de quienes lo realizan, los riesgos y las medidas para que no se infesten y traigan graves consecuencias.

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