Mucho se ha dicho y escrito sobre el más universal de los cubanos. Personalidades que lo sucedieron, incluso instituciones (dentro y fuera de Cuba) encuentran a diario en la obra de José Martí una fuente viva e inagotable de saberes y conocimientos.
Pero, hay una diferencia sustancial entre aquellos que estudian su vastísimo legado y quienes asumen una vida totalmente apegada a los principios y valores que distinguen al Ápostol.
En ese lugar especial que es el Ariguanabo para los artemiseños, hay un hombre que cada día nos enorgullece de ser y obrar como un martiano empedernido.
Rafael Rodríguez Ortiz se presenta como alguien esencialmente humano, identificado con los problemas de su Patria y de su tiempo. Un actor de su propio destino, emprendedor, abnegado, capaz de cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza, en pos del bien común.
Felo es también, en mi modesta opinión, un propagador incansable de la fe en el mejoramiento humano, y en este afán dio vida a un lugar donde se respira limpio y nos penetra la historia. Un auténtico cuaderno natural: el Bosque Martiano.
Quienes tienen la experiencia de recorrerlo tomado de su mano salen con el impulso de querer ser mejores personas. Mientras exhibe ante el visitante la obra singular, incluso dentro de Cuba, es fácil reconocer en su personalidad valores presentes en la figura del Apóstol. Cualidades que no guarda para sí, sino que procura encontrar y cultivar en la conducta de los hombres.
«El hombre crece con el trabajo que sale de sus manos», reza una frase martiana la cual Felo aplica como filosofía de vida. Sólo la laboriosidad sin límites le permitió hallar muy adentro de los escombros la verdadera maravilla.
Lo tildaron de desequilibrado. No faltaron los tropiezos y los obstáculos; pero mientras más difícil se tornaba la tarea, más valor cobraba la obra. No es casualidad que justo en el portón de la entrada una piedra gigantesca nos dé la bienvenida.
«Cuando comenzamos las labores de preparación de tierra, la retroexcavadora tropezó con ella. Me baje del artefacto, puse la mano encima y la reconocí como el primer obstáculo frente a mis propósitos. Entonces, decidí que un día, cuando el Bosque fuera un sitio de visita obligatoria en esta provincia, la misma piedra abriría el paso a quienes hasta aquí llegaran».
Luego, desde que se plantaron las primeras especies el 19 de mayo de 1994, fecha que simboliza la creación del Bosque, Felo ha vivido apegado en el justo lado del deber y no en el lado en que se vive mejor. Este lugar no conoce de grandes inversiones, pero sí se enorgullece de los buenos amigos, siempre dispuestos a ayudar en la aventura. Cada roca colocada allí tiene un significado y una historia también contada desde la solidaridad.
Dijo José Martí que » contra la verdad, nada dura, ni contra la naturaleza». Justamente en lograr ese vínculo armonioso entre el respeto a lo natural y la preservación y el enriquecimiento de los valores históricos está, a mi juicio, el más valioso aporte del ariguanabense a las nacientes generaciones de cubanos.
De cada planta, de cada piedra, hasta de la tierra que pisamos mientras desandamos en su área por la historia; no sólo de Martí, sino de Cuba, brota un manantial de emociones. Ha logrado este hombre enseñar sobre toda la gloria de esta nación, con los recursos y la bondades naturales que hay en su Patria chica. Y le enorgullece sobremanera que su logro sea también un aporte gestado desde Ariguanabo.
En su acción va impresa la más alta expresión del patriotismo que definiera Martí:
«Cada cual se ha de poner, en la obra del mundo, a lo que tiene de más cerca, no porque lo suyo sea, por ser suyo, superior a lo ajeno, y más fino o virtuoso, sino porque el influjo del hombre se ejerce mejor, y más naturalmente, en aquello que conoce, y dónde le viene inmediata pena o gusto; y ese repartimiento de la labor humana, y no más, es el verdadero e inexpugnable concepto de la Patria».