No imagino mi vida sin trabajar
Hay seres humanos que, por su labor sacrificada y constante, figuran entre los imprescindibles, aunque a veces nos pasen por el lado y continuemos el rumbo sin percatarnos de su grandeza. Reconocerlos es el menor de los méritos que merecen. Rolando Rodríguez Santana constituye ejemplo vivo de hombre trabajador, de los abnegados, más cuando se trata de labrar la tierra.
Pese a ser el más pequeño de los varones entre sus nnueve hermanos, donde hubiese quehacer ahí estaba.
Cuenta que antes en Alquízar casi todo estaba sembrado de caña, que el pueblo estaba repleto.
“Mi papá cortaba caña, como casi todos los campesinos de la zona, y lo veíamos trabaja que trabaja. Era un hombre de sangre y de espíritu. Había que batallar y duro. Así crecimos todos.
“Donde está actualmente Acopio, había un chucho de caña, y la torre de Barbón fue en su momento un ingenio; papá se ganaba la vida allí. Iba delante cortando, con otros de mis hermanos, y yo iba detrás haciendo las pilas. Tenía 14 años, pero había que hacer algo”.
Solo ahora me percato: a Rolo siempre lo he visto en ropa de labor, más veces encima del tractor que en algún lugar sentado. Está en cualquier parte, resolviendo problemas, en su tractor. Lo miro y lo detallo: de verdad tiene que haber trabajado toda su vida.
Comenzó en el campo a los 16, con el Estado, en Maquinaria; allí pasó años, haciendo cuanto fuera preciso, entregado a su quehacer. Mirando, preguntando y dando trastazos, aprendió de la tierra, y dudo que un Hay seres humanos que, por su labor sacrificada y constante, figuran entre los imprescindibles, aunque a veces nos pasen por el lado y continuemos el rumbo sin percatarnos de su grandeza. Reconocerlos es el menor de los méritos que merecen. Rolando Rodríguez Santana constituye ejemplo vivo de hombre trabajador, de los abnegados, más cuando se trata de labrar la tierra.
Pese a ser el más pequeño de los varones entre sus nueve hermanos, donde hubiese quehacer ahí estaba. Cuenta que antes en Alquízar casi todo estaba sembrado de caña, que el pueblo estaba repleto.
“Mi papá cortaba caña, como casi todos los campesinos de la zona, y lo veíamos trabaja que trabaja. Era un hombre de sangre y de espíritu. Había que batallar y duro. Así crecimos todos.
“Donde está actualmente Acopio, había un chucho de caña, y la torre de Barbón fue en su momento un ingenio; papá se ganaba la vida allí. Iba delante cortando, con otros de mis hermanos, y yo iba detrás haciendo las pilas. Tenía 14 años, pero había que hacer algo”.
Solo ahora me percato: a Rolo siempre lo he visto en ropa de labor, más veces encima del tractor que en algún lugar sentado. Está en cualquier parte, resolviendo problemas, en su tractor. Lo miro y lo detallo: de verdad tiene que haber trabajado toda su vida.
Comenzó en el campo a los 16, con el Estado, en Maquinaria; allí pasó años, haciendo cuanto fuera preciso, entregado a su quehacer. Mirando, preguntando y dando trastazos, aprendió de la tierra, y dudo que un día se equivoque en algo, pues no solo los jóvenes acuden a pedirle consejos.
“La preparación de la tierra es igual de importante que la siembra o la recogida, y hasta un poco más.
Debes saber lo que estás haciendo: ni los suelos son iguales, en cuanto a su composición, humedad y otros factores, ni los cultivos se aran de la misma manera. Hay trucos que uno conoce por experiencia. A quien le gusta esto, de pararse frente al campo, todo le sale solo, como por instinto”.
También entregó muchos años a la Empresa de Cultivos Varios del municipio. “Lo más duro era la siembra de papa en la campaña de frío, que empieza por octubre y se recoge en marzo, una faena constante, pero uno de los cultivos que más ganancias aporta. Somos de los pocos que producimos papa, y abastecemos casi a Cuba entera; no se puede parar por nada”.
Hace unos meses labora para la UEB Agropecuaria, como asociado, en la Finca 151 llamada Las Uvas, a la salida del pueblo por la carretera de Guanímar.
“El contrato con la UEB nos ayuda a recibir materias primas, abono, veneno, fertilizantes, lo que necesita la tierra para rendir con calidad. En enero cumplo 64 años; estoy rozando la edad de retiro, pero no imagino mi vida sin trabajar”.
No siento justas estas escasas líneas para cuanto ha hecho. De cualquier modo, ¿cómo explico en palabras el sacrificio y sudor de años de dedicación de un hombre? Imposible.
Rolo es hermano de Pedro Rodríguez Santana, uno de nuestros mártires, y de Vicente, otro héroe. Él habla de sus vidas con suave tacto, historias que no quiero mejor contadas. Su familia continúa la tradición de labrar la tierra, con orgullo: dos de sus cinco hijos y el mayor de los nietos, mientras los más pequeños juegan ya con tractores de plástico. Aprendieron bien y de cerca.
Alto, de sonrisa franca, poco hablar y palabra certera, pasos largos y torpes, mirada pura, achinado de los que no se le ven los ojos. Hombre de calma que desborda seguridad. Servicial, atento y muy correcto.
Fácilmente sabes que estás delante de un ser humano de bien. Como sus hermanos, es un hombre grande, un guerrero incansable del día a día. Y yo soy afortunada porque lo conozco.
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