Nada indica en su andar y risa fácil que Orestes Solano puede derribar a cualquiera de un solo swing. Quien vaya de visita a Bahía Honda no imagina que este hombre sencillo se coronó tres veces campeón panamericano de boxeo. Pero la gente de allí lo conoce bien a él y a su carrera deportiva.
Saben incluso de sus peleas más duras, las que le dejaron marcas y dolores… por no asistir.
“El año de los Juegos Olímpicos de Barcelona había ganado el Torneo Nacional y el Giraldo Córdova Cardín. Por cuestiones de la vida, llevaron a Ángel Espinosa, que perdió con uno a quien yo había vencido meses atrás.
“Claro que eso me afectó. Ya antes, cuando los Juegos de Los Ángeles, en 1984 y Seúl, en 1988, había quedado campeón nacional ambas veces y campeón panamericano. Sin embargo, Cuba no participó. Barcelona era mi última oportunidad.
“Me había preparado durante años y no me llevaron. Por eso, decidí despedirme del ring. Cuando llega el momento, uno se da cuenta, y sabe que tiene que separarse del deporte. Aun así, fue muy difícil”.
Quizás por nacer en tal sitio montañoso, su camino nunca resultó llano ni directo.
“En mi división había buenos peleadores, desde Espinosa y Armandito Martínez hasta Guzmán, José Luis Hernández, Ulises Castillo… No sufría muchas derrotas a nivel internacional; en Europa yo ganaba. Mis rivales más duros estaban en Cuba. ¡Lo que tenía era un trabuco! Había que entrenar de verdad”.
Los ganchos y swines de su poderosa derecha consiguieron triunfos ante pugilistas campeones olímpicos y mundiales de la talla de los cubanos Armando Martínez y Ángel Espinosa.
Solano escribió su historia golpe a golpe: en 415 combates, apenas experimentó 35 reveses. En La Habana se bañó en oro, al vencer en la final de la Copa del Mundo de 1990 a otro criollo, a Ramón Garbey.
En el Campeonato Mundial celebrado en Sidney, Australia, en 1991, llegó hasta el podio. Un boxeador alemán le impidió continuar avanzando, al superarle en la discusión por la presea de plata. Quedó en bronce.
“Alcides quiso llevarme en 81 kilos, y ya era mucho peso: no se sentía igual que 75; los contrarios eran muy grandes”, alega riendo.
Pero hay un suceso que une en efervescencia total a Cuba entera: los Juegos Panamericanos. Todos quieren ver a la mayor de las Antillas en lo alto del medallero. Y el buque insignia de la delegación es el boxeo; por tanto, a cada púgil se le exige alcanzar el oro.
Entre quienes lo han logrado hay únicamente cuatro hombres que protagonizaron la hazaña tres veces: Rolando Garbey, Julio González, Félix Savón y el natural de Bahía Honda.
“Fue bueno, porque siempre luché y pude contribuir con tres medallas de oro: en Caracas’83 e Indianápolis’87, en la división de 71 kilogramos y en La Habana’91, entre los de 81. Yo cerré el medallero aquí. ¿Presión? No, salí a pelear. Me había preparado y sabía que ganaba. Mi arma principal siempre fue entrenar y prepararme bien”.
Precisamente de esa manera comenzó todo, cuando veía a otros muchachos entrenando y se embulló, ya tarde, a los 13 o 14 años, en el poblado de Orozco, con Manolo Socarrás, su primer entrenador.
Así llegaron las medallas que tanto lo enorgullecen, en los Juegos Panamericanos, los de Buena Voluntad, la Copa del Mundo… Luego trabajó en el equipo nacional, entrenó pugilistas en la comunidad y actualmente labora en la agricultura con su hermano.
“Es tan difícil fajarse a los piñazos como enfrentarse a la tierra —afirma entre risas—, pero hay que seguir luchando”.