El niño que juega será el adulto que pensará.
José Martí
Cuando se es niño/niña, cada partícula del entorno conspira para constituir su personalidad, carácter y educación. Durante mi infancia, en los noventa, carecimos de muchas cosas. En pleno Período Especial encontrar un jabón podía convertirse en vorágine, sin embargo, recuerdo que jugábamos con trompos, bolas, muñecas de trapo, dominós, barajas, o algún artefacto descartado de la casa que reinventábamos…
Si éramos afortunados, alguno de nuestros amigos tendría uno que otro juguete “original” para compartir. Yo tuve infinidad de cuquitas que recortaba de alguna revista, por lo general Bohemia, mulatas infinitas para mi repertorio, y lo mismo con sus vestuarios. La creatividad fue siempre la sazón del juego.
De abuela, con juguetes de tamaños sobredimensionados, heredé un bebé a escala real, que de vez en cuando hundía sus ojos en las cuencas; muñecas plásticas con una cantidad de pelo insospechada, a las que mi mamá cosía múltiples diseños de retazos; y la muñeca negra de tela con rostro nacarado, que pasó sus últimos años en una funda porque perdía el relleno.
De eso hace 30 años, y aunque los tiempos hoy se sumen en carencias y complejidades financieras, la infancia no se sienta a esperar que pase. El juego es un aprendizaje necesario, y sí, la mejor herramienta de un niño es su imaginación, pero con los juguetes consigue dinamitarlo todo, y recrear infinitos escenarios y personajes.
Yo tengo una niña de cinco años, y aunque no he podido darle “el mundo” aún, he procurado que conozca los juegos de mesa tradicionales, que tenga una muñeca, algún peluche dedicado -a medio tiempo- a recoger polvo del suelo. Pero lo que más tiene son objetos adaptados a sus necesidades de roles, siempre que ha pretendido ser médico, maestra, cantante, pintora…
A veces los padres nos exigimos darles lo que no tuvimos, sin sospechar que pueden descubrir la felicidad en cualquier parte. ¿Que quisiera darle juguetes nuevos y escandalosos cada vez? Puede ser. Pero a veces con esos no he logrado cautivarla como con unos legos de herencia familiar, con los que construye mundos de colores, multiformes.
En tiendas de uso, he consentido darles oportunidad a juguetes abandonados, con historias vividas. Los juguetes usados son recursos válidos y absolutamente dignos, que como mínimo enseñan al pequeño a valorar y cuidar, más allá del superfluo consumismo.
En este contexto, el eslabón artesanal igual resulta prometedor. Cuba cuenta con una nutrida comunidad de artesanos, que con pródigas manos crean y crean. Aunque, a veces las materias primas se pierdan o encarezcan. ¡Este es un sector que hay que apoyar! Facilitar materiales (foami, telas, papel…) y utensilios (tijeras, silicona, hilos…), cuestión que con suerte, alguna Mipyme u otro, ya está considerando.
De paso, aprovecho para exhortar a perfeccionar el acabado y los detalles en los juguetes de plástico de los “merolicos”, en correspondencia con su valor monetario. Quiero pensar que no sea tan difícil. Que compitan tantico con el desmesurado mercado importado. Que llegue más a los niños y a los padres asalariados o abuelos pensionados.
Y bien pudieran surtirse nuestras tiendas estatales, con juguetes simples, de materiales generosos, en que se vean reflejados nuestros íconos de la animación: Elpidio y María Silvia, el Capitán Plin, Fernanda, Chuncha la campista, Guaso y Carburo, Cecilín y Coti, Yeyín…, para alegrar alguna infancia, a la vez que se rescate ese fragmento imprescindible de cultura, que Tulio Raggi, Paco Prats, Juan Padrón… no dejaron morir.
Con una dosis de juguetes y juegos sanos, igual fomentamos la brecha respecto a los dispositivos electrónicos, que marchitan la edad y atrofian las interacciones. El juguete, más que un recurso material, es medicina, es saber, es desarrollo para los príncipes y princesas enanos labradores de futuro.