Días atrás concluía un posgrado de periodismo en la capital de todos los cubanos. Sorprendido por la llegada de los peloteros que asistieron al Clásico Mundial de Béisbol, y entre los majestuosos edificios que llaman la atención de un guajirito en La Habana, pude comprobar la presencia de los jóvenes en modalidades de trabajo estatal y particular.
Lo más interesante durante este curso de alta superación profesional estuvo también marcado por juventud. Muchachos de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana impartían módulos de ética, televisión, documental… y a mi lado una matancera, de solo 22 años, periodista, que el pasado 26 de marzo resultó diputada a la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Cafeterías, escuelas, canales de televisión, universidades e incluso en ocupaciones «más fuertes», son algunos de los espacios colmados de un espíritu renovador, creativo y entusiasta. ¿Quién dijo que estaba perdida? Sigue ahí, tan cerca de los proyectos de nuestra nación y los últimos acontecimientos lo han demostrado.
Soy de la generación de jóvenes que preparó su maleta para salir de Cuba por sueños; eso nadie lo puede negar: es en sí un derecho, un acto tan natural como la vida del que no podemos estar ajenos. Pero nos quedan otros tantos enamorados de la familia, del camino que pisan nuestros pies, el cielo que cobija los días o las noches, los árboles, piedras, aves… las pasiones y los deseos de revolucionar los lugares que con puertas abiertas nos reciben.
Es la juventud un deseo que no entiende de años, y este cuatro de abril la Unión de Jóvenes Comunistas arriba a un aniversario de retos, porque tampoco se detiene. Transformar entre todos es un lema de supervivencia, de empeños para acompañar al país en los desafíos económicos y sociales a los que a diario se enfrenta.
Entonces pienso en esos peloteros que en terreno ajeno y bajo una inmensa tensión pusieron en alto el nombre de Cuba. Pienso en Roxana, la joven que desde su Unión de Reyes matriculaba un posgrado en televisión y nos contaba en las noches sus proyecciones una vez en el Palacio de las Convenciones. Pienso en los profes de FCOM que recientemente salieron de sus aulas para enseñar, y ahora todos suman un mismo propósito: romper obstáculos, crecer y seguir adelante.
Esa es la juventud de estos tiempos, ni perdida ni inerte. Es un hervidero de luchas para que su país sea ese espacio o proyecto de realización personal, profesional y humano. ¿Cómo no hacerlo diferente?
Regreso a Artemisa, mis colegas a sus provincias y los profesores a las aulas; nos colma una satisfacción inmensa y volvemos con ideas a flor de piel. Fueron días de materialización de saberes, diversión y conexiones; de adivinar nuevos espacios y concretar compromisos.
Y son más, son muchos los jóvenes que a diario trascienden el estorbo para ser dignos. Es esa la otra cara de la juventud cubana que, marcada por las ausencias de sus compañeros de clases o de barrio, de quienes se conforman con un saludo por la pantalla de teléfono, empujan la cotidianidad de un país y con a ello entregan sus virtudes.
Cuba tiene cuatro letras como amor, está tan cerca y tan lejos; es la escucha oportuna, la construcción colectiva y la energía que impulsa a hacer desde aquí. Mirar ese reflejo significa aceptar la diversidad que nos une, y desterrar las inconformidades que parten de un comité de base, un centro de trabajo o -quizás- la reunión de amigos.
Ser jóvenes nos es un tiempo de vida, es un estado del espíritu como dijeran. Aprovechemos cada idea, cada lugar, cada capacidad para forjar un país, que jamás podrá renunciar -y la historia lo ha demostrado- a su fogata prendida de alma y Revolución.