Antes del despuntar victorioso de aquel inolvidable enero, Ricardo Rodríguez Martínez ejercía como barnizador en Guanajay, donde había crecido luego de trasladarse junto a la familia desde su natal Bauta.
“Era la única manera de ayudar en la casa, con un oficio, mientras acudía a la escuela”, afirma. No imaginaba entonces que, como los rebeldes, un día llegaría a las entrañas de la Sierra Maestra, ni que defendería a su Patria de una invasión.
Cuando se crearon las Milicias Nacionales Revolucionarias, tanto Ricardo, como sus cuatro hermanos y sus padres, no dudaron en incorporarse. “Recuerdo que por las noches debíamos acudir al parque de Guanajay, donde marchábamos a modo de entrenamiento”, asegura a sus 82 años, mientras rebusca el pasado entre sus ya no tan accesibles memorias; no obstante, una fecha viene de inmediato a su mente.
“El 13 de noviembre de 1959 salimos para La Habana; nos movilizaron unos días en Ciudad Libertad, y después algunos fuimos para la Sierra Maestra. No conocía a casi nadie, pero enseguida hicimos amigos. Como parte de la preparación subimos tres o cuatro veces al Pico Turquino. Dormíamos donde nos cogía la noche, en las hamacas o en el suelo. Allí pasamos 45 días”.
“A nuestro regreso fuimos para la Escuela de Oficiales de Milicias de Matanzas. Al llegar a La Habana, Fidel nos estaba esperando y nos invitó a un desfile en La Plaza. Más tarde, nos comunicó que no debíamos desmovilizarnos, pues era necesario continuar la preparación. Entonces, se conformaron varios grupos y formé parte del que radicaría en La Cabaña. Ese día, a lo lejos, logré ver a mi mamá. Luego, salí de pase dos o tres veces, antes de los sucesos de Girón”, comenta.
En abril de 1961 apenas tenía 20 años. “Sabíamos que algo sucedía y escuchábamos los mensajes de Fidel por la radio; queríamos estar donde tenían lugar los acontecimientos; en Playa Girón. A mi grupo le correspondió la entrada por el Central Covadonga; allí nos indicaron la posición a tomar. Coincidimos con un señor que custodiaba un puente y nos dijo cuál era el área donde estaban los mercenarios”.
Como soldado, Ricardo formaba parte de una de las piezas de la batería. Junto a otros cinco combatientes y al jefe de pieza tenía la responsabilidad de manipular un cañón obús, de 122 milímetros. Al darse la orden de combate, cumplieron con su misión y tras el último cañonazo, permanecieron de guardia a la espera de lo que pudiera suceder.
Esta experiencia marcó su vida. Cuando regresaron de Girón estuvo en la zona de Guanabo en una preparación combativa, pues no se sabía si volvería a tener lugar otra invasión.
Por más de cuatro años brindó sus servicios como soldado en apoyo a las Milicias y al Ejército. Después, pasó a cumplir con las tareas orientadas por el Comité Militar, trabajó en la terminal de ómnibus de Guanajay y, en la fábrica de cemento de Mariel (pueblo que lo acogió desde la década del ´70), permaneció por 31 años hasta su jubilación.
Sesenta y dos años después de la victoria de Girón, a Ricardo no le acompañan las mismas fuerzas de la juventud, ni los detalles invaden la memoria con la intensidad de antes, pero no olvida aquellos días en que se defendió a ultranza una nación.