Todos los pueblos tienen sus personajes icónicos. Se les ve en cualquier lugar: desandando las calles en silencio, conversando con vecinos o riendo en medio de la multitud. Recordemos a José María López Lledín, el Caballero de París de La Habana, o a Emilio Benavides Puentes, el Diablo Rojo de Santiago de Cuba.
Su gracia, inspirada en lo popular y las anécdotas que marcaron cada vida, felizmente se construyen para permitirles el paso a la inmortalidad. Así deberá suceder con quienes todavía engrandecen la cultura en nuestros municipios como la guanajayense Juana Amalia Gómez Canales, a quien nos encontramos una tarde por ahí, como mejor se coincide.
“Adoro a mi pueblo, ¿quién no? Despertar y caminar sus calles me llena de felicidad. Pienso que es algo intrínseco, y a lo que no renunciaré hasta la muerte. Pero no la imagino ni un segundo, “la parca” que siga por ahí… yo agarrada a la vida”, dice Amalia entre sonrisas.
Muchos se preguntarán a qué se dedica esta mujer jaranera y a su vez tan seria. Se le ve caminar de brazos cruzados, casi siempre con vestidos y una cartera que resguarda con fuerza. En ese transitar no faltan los saludos, y la admiración de quienes la tienen bien cerca.
“Hace 58 años me gradué de maestra de primaria y secundaria. ¡Saca cuentas! Fue una decisión emergente que asumí porque la escuela estaba en la Sierra Maestra y ni me lo cuestioné. Después regresé y trabajé en Mariel, Artemisa y Guanajay.
“De mi profesión aprendí a escuchar a las personas, pero a hacerlo con detenimiento sin importar si es buena o mala. Lo valioso reside en mirarles a los ojos, y poner un brazo en su hombro cuando la vida por cualquier razón cambia. Así eran mi madre Caridad Canales, y mi abuela ¡que en paz descansen! (se persigna). Tremendas mujeres.
“La gente a mí me quiere, y yo en todo este tiempo he aprendido a ser recíproca. Actualmente soy la delegada de mi circunscripción, secretaria del núcleo zonal del Partido Comunista de Cuba y además activista de la Federación de Mujeres Cubanas. Si te fijas apenas puedo detenerme, aunque siempre saco el “chance” para atender a mi tía viejita que requiere de mi cuidado.
Para Amalia a un delegado lo define su honestidad. No importa si el planteamiento apenas tiene solución: “lo valioso está en mostrarle con claridad que buscas una respuesta, aunque a veces no la encuentres. Se le comunica en un plazo de tiempo, y si no es ese el camino, entonces asumimos un plan B y vemos cómo resolverlo entre todos si está a nuestro alcance”, aseguró.
“Mi casa todavía recibe a niños y jóvenes interesados por algún tema o con dudas. Siempre tendrá las puertas abiertas hasta que la vida me lo permita. También tengo un proyecto comunitario al que vinculo a pioneros para conocer la historia tan valiosa de Guanajay. A ellos les encanta.
“Aun así estoy en todas partes. Quiero saberlo todo (sonríe). Voy a la funeraria a diario porque me entero quién no estará más entre nosotros. No me gusta que me tome por sorpresa, y mucho menos después del entierro. Si hay un bembé ahí yo con ellos dando mi pasillo –con respeto-, o en una misa de la iglesia. Yo soy de todos porque lo más importante es servir; y eso late muy adentro de mi ser. Es que esa es Amalia, no hay otra”
Ya le tocará a la historia contar los años de una mujer singular, portadora de la mayor riqueza del mundo: el cariño del pueblo. Se le ve atravesar calles principales, detenerse frente a un ataúd, disfrutar sorbos de café hasta con desconocidos, en importantes reuniones hablando de pasiones, y arrollando en las congas que tanta alegría traen a la ciudad.
Amalia es flor por su sencillez, y acero por ser indetenible ante los golpes de la existencia. Ella desde hoy quiere que la recuerden, y es lógico, pero con la condición de que, a su nombre, detrás, no le falte “La cayuca”. Esa es la distinción de su familia, el motivo para seguir haciendo.