Por Joel Mayor Lorán y Lianet Guerra
Mientras más claras las aguas, menos oportunidad para los abusadores. Muchos inconvenientes gravitan contra los precios de los productos agrícolas, como la frecuente falta de envases o medios de transporte en Acopio, la retribución demorada a los campesinos y los elevados márgenes comerciales de quienes venden cuanto sale del campo.
Por si no bastara, lo ineludible de pagar para proteger los cultivos de la actividad delictiva y el desabastecimiento estatal de gomas, baterías, rolletes y otras piezas de repuesto, igual encarecen la producción.
No pocos economistas insisten en que llegó la hora de desplazar la proporción de las inversiones, del turismo a la agricultura, en tecnologías, recursos e insumos, con beneficios que estimulen a producir más barato.
Si algo resulta urgente alinear es el alto costo de producción de los alimentos.
Jorge Luis Denis González, presidente de la Cooperativa de Créditos y Servicios (CCS) Niceto Pérez, de Güira de Melena, señala que en la escalada de los precios no se puede culpar al productor, sino incentivarlo, principalmente en medio de tantas carencias.
“Las comercializadoras, tanto nuestros Acopios como los de La Habana, son quienes deben ajustar sus márgenes comerciales. En el comité de contratación de precios del municipio propusimos unos muy adecuados al productor, para cumplir con los compromisos.
“No son los de la calle, sino para motivar a quien trabaja la tierra: Acopio pagaba el boniato a 600 pesos el quintal, y la propuesta ascendería a 1 800. Son precios (18 pesos) muy diferentes a los abusivos de 60 pesos la libra.
“Ninguna estrategia puede ir en detrimento del campesino, porque hoy la ficha de costo se mueve a diario. Producir un quintal de boniato en estos días vale 1 095 pesos: un obrero agrícola gana mil pesos por trabajar una jornada hasta las 3:00 de la tarde; cada vez piden más, y nosotros dependemos de esas brigadas, que imponen su precio.
“Si estamos en cosecha, no vienen; si hay que hacer un arranque de hierba no lo hacen. Alegan que fijan el precio para satisfacer sus necesidades, también costosas, cierto.
Con los pagos que proponemos aspiramos a que lo contratado vaya a parar a Acopio, sin desvíos.
“Allí es preciso actualizar normas de calidad ajenas a la realidad cubana, de países donde se usan fertilizantes y recursos que no tenemos. Hace algún tiempo, se hizo un trabajo muy bueno allí, con Alcides López Labrada, el delegado de la Agricultura, productores y comercializadoras de La Habana, e incluso él trajo a quien atiende esas normas en el Ministerio. Solo hay que darle seguimiento.
“Pero lo esencial es el precio. Si un quintal de boniato cuesta producirlo 1 095 pesos, ¿cómo Acopio lo va a pagar a 600? El productor no puede sembrar para perder. Y gran parte de cuanto gana es para volverlo a enterrar, como decimos nosotros, e incorporarlo a la siembra, lo demás para sus necesidades, como todos”.
Fuerza de trabajo vs. precios
Por doquier los suelos rojos de Güira están cubiertos de brigadas que desyerban o cosechan. En la fina de los Silva conversamos con Osleni Santiesteban, jefe de una integrada por 15 hombres que viven en la comunidad Mayorquín.
“A veces no aparece nada, y nos pasamos cuatro cinco días sin trabajar, otras veces hay que venir un domingo. ¿El cobro? Depende. La mañana puede salir a 400 pesos, o un poquito más; si es ajustado, quizás hasta 500 el que más hace. ¿El promedio? Debe ser 300 y pico.
“¿Que no aceptemos trabajar si no nos conviene el precio? Lógico. A una persona con familia que lleve una casa y gane 400 pesos, eso no le alcanza”.
Raidel Maré procede de Santiago de Cuba, y lleva ya tres meses donde se estableció. “Hoy vamos a ganar 500 o 600 pesos hasta el mediodía”.
-¿Es cierto que se plantan y no trabajan si no les pagan lo que quieren?
-Claro, eso es normal; el trabajo hay que pagarlo; a veces los surcos son largos, y los quieren pagar a 300, cuando debería ser a 400.
Le pongo la grabación de lo que hablamos al presidente de la CCS Niceto Pérez y a Rafael Báez Salgado, productor de la finca escuela La Rebeca, y no lo creen.
-¿300 pesos? ¡Mintieron! ¡Que me lo digan a mí! ¡Ojalá fuera así!, asegura Jorge Luis Denis González.
Y Báez Salgado explica que en su finca solo tiene un trabajador fijo. “Lo otro lo hacemos mi hijo y yo. Contratamos fuerzas de una brigada que, por sacudir una hectárea de ajo, cobra 4 000 pesos. En estos días sembramos boniato, también a 4 000 la hectárea. Todos los cultivos se han encarecido muchísimo.
“Tres meses atrás, desyerbar una hectárea de malanga costó 11 000 pesos; hoy la estamos pagando a 22 000. Puede preguntar. Ellos plantean lo que les cuesta un pomo de aceite y todo lo demás. Pero lo cierto es que ningún contratado baja de mil pesos la mañana; por menos que eso, con nosotros no trabaja nadie. Cuando es el día entero, tienen que ser unos 1500; si no, no lo hacen.
“Siempre los productores nos ajustamos a las brigadas, no ellos a nosotros, porque tienen la fuerza de trabajo”.
Yoandry Castro Franco lo confirma. Es jefe de una brigada hace 12 años. “Estos surcos tienen 302 varas; hoy los pagan a 370, por la cantidad de yerba. Algunos limpiaron cuatro surcos y sobrepasan los mil pesos, los otros oscilan sobre los 500. Hay momentos en que han cobrado más y otras veces 500 o 600, si trabajan por horas, hasta las 12 del día”.
Fichas de costo coherentes
Miguel Gutiérrez Puentes, productor de la CCS Antero Regalado, afirma que “las brigadas ya no quieren 500 pesos ni 600, sino ajustar para buscarse mil. El escudo de ellos es que con ese dinero salen a la calle y no resuelven ningún problema. Yo no quisiera pagar más; así encarezco mi cosecha, pero tengo que hacerlo porque yo solo no puedo.
“Ese cuento de que antes le preguntabas a un campesino con quién trabajaba y te decía “con mi familia”, es mentira. Quien recoja mil quintales de zanahoria, mil de ajo o diez mil de papa, como voy a cosechar este año, ¿lo puede hacer con la familia? Solo a base de brigadas.
“Para recoger papa tengo que emplear cien trabajadores. ¿A cuánto? A cuanto sea el saco. No puedo decirle a la papa “espérame hasta la semana que viene”, como al plátano o la malanga. Hay que sacarla en este momento; si dicen a 50, es a 50; si a 60, será a 60. No tengo de otra; yo ni la puedo sacar ni determino el precio.
“Y por estibar un saco el año pasado eran seis pesos; este año han de ser siete u ocho.
“También voy a recoger 400 quintales de zanahoria. No sé el precio, pero ya tengo que sacarla. Tampoco espera; si le cae un aguacero, se pudre. Y es para el Turismo: están al llegar los sacos y el camión para Camagüey. Ah, debo pagar el viaje, porque solo la compran entregada en Nuevitas.
“De verdad entiendo a los obreros de la brigada. Yo compro el mismo pomo de aceite. Para hacerles el almuerzo a 40, 50 o 60 trabajadores, gasto uno todos los días. La merienda (más de 4 000 pesos en panes) y el almuerzo se suman al encarecimiento de cada cosecha.
“Quien posee 20 mesanas de tierra no necesita brigadas como yo, a diario, para una cosa u otra. Tengo dos permanentes. Hay que recogerlos y llevarlos”.
Escuchar a quienes producen deja una lección crucial: apremia fijar precios justos, con un porcentaje razonable de ganancias, a partir de fichas de costos coherentes.
Así los sistemas de control del gobierno en los municipios podrán determinar, de forma más certera, cuándo los precios son abusivos y actuar en correspondencia.
Estas fichas de costo desestimularían el desvío de productos hacia donde los topes de precios sean más altos o los vendedores hallen más flexibilidad para lucrar.
Establecer fichas de costo objetivas y reducir los márgenes comerciales de quienes solo revenden, sean estatales o privados, resulta imprescindible en la batalla contra los precios especulativos. Permitir que el río siga revuelto, solo traerá ganancias a los abusadores.