En el clásico juego del gato y el ratón (el primero lo busca, el segundo se esconde) se convierte la visita de un cuerpo de inspectores a un municipio para supervisar y controlar el nivel de los precios y las irregularidades en los distintos establecimientos comerciales y puntos de venta, sean estatales o privados.
Sucede que, en estas fechas de visita, como por encanto, una buena parte de quienes comandan los establecimientos y puntos no estatales, deciden cerrar a cal y canto sus puertas o poner pies en polvorosa, para evitar que la inspección acabe por “regalarles” una multa moderada… o cuantiosa.
El pueblo, ya conocedor del juego, acaba por decirse, siempre que ve cerrado herméticamente cualquiera de estas cafeterías, restaurantes, puestos de viandas o carretillas…, “parece que hay inspectores en el ambiente”. Y resulta que siempre hay.
No voy a caer en extremismos atacar a ninguna de las dos partes, ni a darle preferencias a esta o aquella, pues las dos cumplen su necesaria función… o deberían cumplirla y reportarle con su labor algún beneficio al pueblo.
Pero valdría la pena detenerse a escuchar las voces de ambos lados, sin otorgarle preferencias ni a la una ni a la otra, sopesar razones y sacar conclusiones inteligentes, sin que la parte verdaderamente errada salga por la puerta ancha.
Hace algún tiempo me contaba un bicitaxista, que me echó una mano de manera absolutamente gratuita con una balita de gas que pesaba como demonios en mi espalda, que un inspector trató de multarlo por haber recogido pasajeros fuera de piquera.
Entre el lugar donde se detuvo a recogerlos y la mencionada piquera, quedaba frescamente más de un kilómetro. ¿Tenían estas personas que caminar un tramo tan considerable para tener derecho a montar en un bicitaxi? Como dicen muy bien los cubanos: ni al que frio la manteca pudo ocurrírsele semejante disparate.
Muchas, muchas veces, entré en crisis prolongadas con los cólicos nefríticos y, camino al policlínico del casco urbano de Caimito, me recogieron varios bicitaxis, gesto que venía a aliviar mi infernal y lentísima caminata. ¿Alguno de los taxistas merecía esa multa por detenerse a recoger a un hombre totalmente adolorido?
Qué decir del inspector que exigió a un cuentapropista los papeles de las ciruelas chinas con que elaboraba el jugo de esta fruta, nacida y crecida en su propio patio. Y las tristes anécdotas no acaban, como aquella ocurrida hace años en Villa Clara, donde los vendedores de frutabomba y calabaza debían vestir un pulóver amarillo, y los de pepino y aguacate uno verde o, en caso de no hacerlo, ya saben…
Mirando el asunto desde el otro lado, muchos dicen abiertamente cuando los precios andan a manga por hombro, o nos venden productos en mal estado o bajos de peso, cuando nos timan en la balanza, cuando se revenden productos robados descaradamente de las instituciones estatales: “deberían venir los inspectores”.
Estoy convencido que solo cuando la oferta es capaz de responder a la demanda, es posible reducir considerablemente los precios. Pensar lo contrario es engañarse.
Aunque es justo también decir que, en este mar revuelto, algunos quieren pescar en grande con ofertas verdaderamente risibles, de baja aceptación, incluso, en tiempos menos duros. Vendiendo pálidas calabazas quieren ganar lo mismo que otros ganan vendiendo carne de cerdo.
También sé que “la fiebre” de las inspecciones suele bajar con el paso de los días y que los inspeccionados ya conocen este modus operandi, por tanto, se ocultan con tiempo suficiente y se mantienen inactivos o vendiendo en la clandestinidad… y a precios más elevados, pues entonces el riesgo es mayor para ellos.
Esta película la hemos visto muchas veces y no dudo que, por desgracia, veamos su remake, lo cual significa, en esencia, un viaje a ninguna parte.
No obstante, me parece bien que el asunto no haya seguido oculto debajo de la mesa y silenciado por nuestros medios de comunicación. No. Es positivo ponerlo a la vista y tratarlo una y otra vez, mirar a su raíz, a sus causas más que a sus efectos, y al modo en que todas las partes puedan contribuir a mejorar la vida del pueblo cubano. Inspectores y negocios particulares existen en el mundo entero.
A fin de cuentas, los errores de un bando o las pillerías del otro no ayudarán a caminar ni un paso en este viaje signado por bloqueos eternos y carencias dolorosas.