Por GABRIELA VELÁZQUEZ y MARÍA CARIDAD GUINDO
Quiso el azar que un equipo de este semanario llegara a la estación de trenes del municipio cabecera en la madrugada del 24 de enero, horas antes de que fuera necesario paralizar el vehículo el día 26.
Entre penumbras conversamos con asiduos clientes del medio de transporte más económico: desde 11 pesos hasta Guanajay y 35 a la capital de todos los cubanos, excelente opción para Marycarla Díaz Ruda y Mery Lilian Benítez Leal, estudiantes de segundo año de Ingeniería Automática y Biología, respectivamente, quienes esperaban para llegar a la beca en La Habana; mientras, padecían la incertidumbre sobre su salida.
“Tal vez pedimos demasiado, pero ojalá su funcionamiento fuera más estable. Hay muchas personas que dependen del tren, pero se rompe fácilmente, y de la noche a la mañana”, señalaron las muchachas.
En tanto, Eladio García Nieto, otrora conductor del tren del central Lavandero por más de dos décadas, calificó esta opción de “alivio para el bolsillo y mejor que la tripleta, donde me iba colgado de la puerta. Ahora trabajan cuatro coches, de modo que pueden viajar más pasajeros.
“También habían planteado habilitar la línea oeste que pasa por los poblados Dagame (Alquízar) y La Salud (Quivicán), lo cual facilitaría el traslado”, recordó.
Mientras, la artemiseña Yanny Alonso Hernández alude a “la oscuridad del tren; al amanecer hay que iluminarse con una linterna y ayudar a los ancianos cargados de equipajes”.
Hubo criterios de toda índole, e incluso valoramos la falta de servicios gestronómicos en casi 120 minutos de viaje. Llegó la hora de partir (6 y 20 a.m.); sin embargo, no se escuchaba el sonido de la locomotora. ¿Se rompió?
Manos…, a la grasa
Casi a ciegas, Pedro Pellicier Benítez, el maquinista, maniobraba contrariado entre los hierros de su locomotora. La faena resulta difícil, dijo, “cuando el déficit de piezas y la falta de gestión por parte de los directivos son obstáculos diarios”.
De acuerdo con Enrique Carballo Barbón, asesor de la Empresa Ferrocarriles Occidente, tras la rotura del cochemotor ruso destinado al territorio, “de conjunto con el Gobernador, nos ocupamos de rescatar este servicio. Recuperamos un grupo de coches que se empleaban en trenes nacionales, y tomamos cuatro pertenecientes a Matanzas, Mayabeque y Pinar del Río, a fin de poner a funcionar el tren de Artemisa. Luego del fallo de varias locomotoras, alquilamos una y su tripulación a la Antillana de Acero”.
Según Pellicier Benítez, se trata de una Alco de 1959, “de las cinco que quedan en el mundo, solo esta se encuentra en funcionamiento”, aseguró.
Bien conoce él las entrañas de este armatoste. No en pocas ocasiones ha debido abandonar su silla y, llave en mano, hacer de mecánico hostigado por el tiempo y la preocupación de los pasajeros. A veces aparece la pieza y el retraso solo prevalece como un daño colateral; otras, la mala noticia es irreparable.
Carballo Barbón sostiene que se labora en la reparación de la máquina, sin fecha de regreso hasta el momento. Además, “ahora se están arreglando cuatro locomotoras en varios talleres del país, pero solo nos corresponderá una”.
Igualmente, la oscuridad en los coches se debe a que “usamos locomotoras de mediano porte, capaces de generar hasta 75 volt, cuando las lámparas del tren demandan 110 volt”, explica Armando Cuiman Crisóstomo, asesor técnico de la Empresa Ferrocarriles Occidente.
“En aras de resolver, gestionamos la adquisición de una planta eléctrica que pueda entregar hasta 3 kv y garantizar luz, tanto a los pasajeros, como a la tripulación”.
Entretanto, Cuiman Crisóstomo señala que “de diez cochemotores solo queda en pie el de Batabanó (Mayabeque), a causa de la obsolescencia tecnológica y los descalabros financieros del país”, panorama que impide activar nuevos recorridos y cubrir la demanda de San Antonio de los Baños.
Para tomar el carril
Luis Manuel Crespo García, uno de los conductores, nos llevó, linterna en mano, por los senderos del tren, en el que se aprecia el deterioro de asientos, polvo acumulado y cristales rotos.
Por si fuera poco, en el cuarto donde deben descansar una semana no hay agua fría para beber, despareció el televisor y la cajita decodificadora, y “un día prometieron traer un aire acondicionado”; nunca ocurrió.
Al respecto, Cuiman Crisóstomo sostiene que “pueden faltarnos asientos y es nuestra responsabilidad, pero es inconcebible que el tren esté sucio, amén de la indisciplina social.
“Ya el director de Antillana de Acero conoce los problemas y se comprometió a devolver la máquina a Artemisa e impulsar el remozamiento del cuarto de descanso”, puntualizó.
A lo anterior, José Jacinto Hernández Gener, auxiliar de la estación, apunta el abandono de la Empresa Ferrocarriles Pinar del Río, (a cargo de las de Artemisa, Alquízar y Güira), desde la creación de la Asociación Mercantil, Ferromar S.A. en Mariel, donde se concentra la dirección provincial.
“Por ausencia de un tubo, el salón de espera permanece a oscuras; los baños de la población fueron clausurados hace un año, al dejar de recibir agua; tampoco disponemos de televisor ni de incentivos salariales, pues si bien vendimos más de 110 000 pesos en noviembre, debido a la estabilidad del tren, el salario siguió igual: 2 400 pesos el máximo”.
Diosvany Hernández Díaz, director de la entidad vueltabajera, aclaró que las estaciones de Güira de Melena a Guanes le pertenecen, y existen proyectos para reparar y mejorar los servicios, aunque se desconoce cuándo. Además, “tenemos la intención de incrementar la cantidad de trabajadores con licencia para participar en el movimiento de los trenes, como maquinistas, conductores y sus auxiliares”.
Los hechos hablan por sí solos de la voluntad administrativa de que Artemisa posea servicio ferroviario, a un precio ínfimo comparado con el de los porteadores privados de la cuadra siguiente. En cambio, hace falta un “empujoncito” y el vínculo efectivo de Pinar del Río con otro de sus tantos hijos sobre rieles, privilegiados al ser de los pocos con esta prestación en Occidente, e inconformes y perfeccionistas, como nos ha enseñado un proceso social en constante transformación.