Justo en el corazón de la Sierra del Rosario inició en 1968 el Plan Especial Sierra del Rosario. Tres años después, en esa misma fecha, se fundó allí la comunidad Las Terrazas.
Cuando usted lea estas líneas sus habitantes estarán de festejo. El programa de actividades incluye: encuentro con fundadores de la comunidad, ofertas gastronómicas variadas y un concierto del grupo Polo Montañez, según declaró a este diario Dianelys Fernández González, community manager del Complejo Las Terrazas.
“La celebración dio inicio el domingo 26 con el Festival de la Bletia Purpurea, una especie endémica del sitio, y que se recrea con un concurso de modelaje donde es elegida la flor y sus pétalos. Ese mismo día también se desarrolló una matiné infantil”.
Con el plan se sembraron seis millones de árboles, se construyeron mil 500 kilómetros (km) de terrazas y 150 km de caminos de montaña. La comunidad agrupó a los campesinos desperdigados en las lomas.
“Las Terrazas es considerada el primer Eco-Museo de Cuba y ostenta el Premio de Conservación, otorgado por la UNESCO. Fue declarada Monumento Nacional en la categoría de Paisaje Cultural y Zona de Alta Significación para el turismo”, concluyó la entrevistada.
Aquí se respira otro aire, la naturaleza te entra por los poros y la gente es bonachona, te brindan café y te saludan como viejos amigos. Justo al pie de las lomas sus habitantes continúan soñando.

Un sitio de magia y de gente única
Algunos lugares tienen magia, llegar a Las Terrazas es descubrir uno de esos sitios con un encanto único. Las Terrazas son las pinturas de Lester Campa; la música de Polo, el guajiro natural; el café delicioso de María; la comida en El Campesino, que sabe a comida hogareña.
Las Terrazas es también el canto de los pájaros, el arrullo del agua, el verde: el verde por todos lados. Pero Las Terrazas es ante todo su gente, quienes ayudaron a construirla, a moldearla.
De esos terraceros, justo en el 55 aniversario, el artemiseño cuenta la historia de tres de los fundadores de la comunidad: hombres y mujeres que hicieron realidad un sueño.
Manos que siembran

Para Alejandrina Naite Cabeza venir a Las Terrazas significó dejar atrás la casa familiar y construir una vida nueva. Una lejos de la humildad y del trabajo campesino, corría el año 1968…
Ella rememora desde el cariño, desde el trabajo duro, desde cuanto ha hecho por su hogar. A sus 71 años, en el poblado todos conocen a esta mujer de hablar dulce, pero con la dureza de una estirpe nacida en el campo.
“Cuando comenzó el proyecto lo primero que hice fue trabajar en el vivero donde se gestaron las plantaciones, que después utilizamos para sembrar todas las montañas. Vivía antes en la montaña, en el Cusco como le decíamos a la zona.
“En el vivero inició todo. Yo puse cada árbol en bolsitas, los cuidé, luego me fui a las terrazas a sembrar y ahora puedo ver todo el trabajo en esas lomas”.
Con apenas 16 años, Aleja como se le conoce, supo del trabajo duro. Aunque como ella misma confesara “he trabajado desde siempre”. Con una prole de 11 hermanos y un padre campesino, en muchas ocasiones le tocó ser quien cuidara de ellos.
“Después pasé a ocupar diferentes responsabilidades administrativas y de dirección dentro de la comunidad: en el campamento, en el círculo infantil hasta convertirme en trabajadora comunitaria; cuando nació no tenía ese nombre la plaza. Me encargaba de administrar lo que era la comunidad; escuchar y ayudar a los que vivían aquí. Así como el control de los habitantes y el cumplimiento de los reglamentos establecidos”.
“Ya sobre el año 1972 comenzaría mi labor en las oficinas del proyecto, estuve donde era más necesaria y útil. Hasta el día de hoy que estoy en el departamento de atención a la actividad de cuadro”.
El Lago el Palmar nos sirve de cómplice, el trino de los pájaros llena el aire de una melodía única.
¿Qué encanto tiene este sitio que Alejandrina no lo abandona?
Para mí ha sido un sacrificio. Cuando salí de mi hogar natal tenía solo el sexto grado, comencé mis estudios tras el triunfo de la revolución. Me preparé muchísimo, primero hice la facultad obrero campesina y el preuniversitario en escuelas nocturnas para trabajadores. Luego con el turismo aprendí idioma.
El haber nacido en esas lomas y llegar a la modernización fue un cambio fuerte, paulatino en buena medida. Nunca dejo de pensar qué hubiera pasado con nuestra familia sin un proyecto así.
“Para sacarme de aquí hay que matarme. No tengo otro lugar, mi vida la he dedicado a este pedacito de tierra maravilloso. El sentido de pertenencia es muy fuerte, cuando salgo a ver a mi hija y nietos a Artemisa, siempre regreso…
Este pueblo es una inmensa familia, esa que aunque no compartimos apellidos, nos consideramos sangre de la misma sangre. Tanto es así, que mis vecinos tienen las llaves de mi casa”.
La actividad comunitaria ha sido su centro, su vida. Ya no lo hace oficialmente, pero las personas no dejan de acercarse. Ella llegó cuando las lomas no tenían árboles, sembró, regó y por eso le duele en la carne cada daño, cada indisciplina. Alejandrina no pierde su esencia, sus ganas de hacer, de construir.
Un terracero de corazón

Silvio Hernández González, comparte con Aleja la edad y la pasión por la comunidad. Llegó desde San Juan y Martínez en marzo del 68; ante un llamado para el Plan; vine a estudiar y trabajar, era militante de la Unión de Jóvenes Comunistas en ese entonces.
“Éramos poquitos, la palabra era trabajar. Al terminar las obras nos dieron la posibilidad de quedarnos acá o de regresar a nuestras casas y me quedé. Volver a San Juan significaba volver al tabaco y no quería eso. Además yo soy del campo y la zona me encantó”.
“Inicié mi camino laboral como chófer, pero realmente hacíamos un poco de todo: siembra, construcción, carreteras o atender las terrazas. Fui dirigente también en una etapa, técnico de personal y ahora estoy de chófer, regresé a mis orígenes. Cuando terminamos la jornada laboral le dedicamos varias horas a la comunidad también”.
Silvio llegó con 15 años y nunca más se marchó. Aquí encontró el amor, creó a su familia y son parte indiscutible de esta tierra. Tres hijos, dos nietos y una bisnieta son parte de su árbol genealógico, creado en las faldas de estas lomas.
Bien pudiera contarse una leyenda de cuantos han quedado prendados del encanto de Las Terrazas, sin lugar a dudas el nombre de Silvio aparecería, porque es el vivo ejemplo de un terracero de corazón.
“No creo en eso de que nacer en un lugar te hace ser de él, soy terracero. Las terrazas se instalaron en mi corazón y para mí lo son todo. Cuando salgo estoy loco por regresar. Dos maestros inmensos tuve acá: Osmany Cienfuegos y su esposa Marcia, me enseñaron y me guiaron con su ejemplo”.
Amor entre montañas

Cirilo te recibe en su casa y no falta el buen café, el recorrido por el pequeño patio sembrado con plantas y los animales. La acompaña su esposa, Bárbara; 51 años de matrimonio dicen mucho de un amor nacido en estas montañas.
Ambos llegaron de otras provincias, ella como especialista de laboratorio, él desde el servicio militar como chófer. El azar, la vida o quizás el destino los unió en esta tierra y nunca más se han separado.
Cirilo Rodríguez Ramírez es bonachón, actualmente administra una de las villas que ofrece el servicio extra hotelero del Hotel Moca. En su casa recibe clientes, una modalidad que algunos turistas solicitan porque te permite vivir, bien cerquita, la cotidianidad del cubano.
“Desde el inicio fue mucho trabajo, mucho esfuerzo, echando para adelante siempre, para que esto se mantenga con vida. Yo estaba en el servicio militar en Guantánamo y nos movilizan, nunca nos dijeron para dónde íbamos”, explica.
“Cuando nos preguntaron quién se quería ir con Osmany Cienfuegos, nadie dijo nada, nos volvieron a preguntar y entonces salimos tres, eso hizo que rompiéramos el hielo y así terminamos un grupo de alrededor de 50 muchachos en estas lomas.
“La convocatoria llegó para choferes con experiencia en el manejo en montaña. Tuvimos que hacer unas cuantas pruebas para poder recibir la aprobación.
“Comencé como operador; nos dieron unos camiones de 10 ruedas. Subíamos al Taburete a llevar aseguramiento, imagínate que solo un lado iba en carretera la otra parte quedaba suspendida. Un trabajo riesgoso, pero necesario”.
“Dormíamos en hamacas de saco, luego cuando se creó el campamento, en tiendas de campañas hasta que hubo albergue. Con 21 años llegué aquí y ya no me fui”.
“Me gané mi primera casa por mi buen desempeño laboral, el mérito te permitía tener una. Hice de todo, abrí huecos para sembrar árboles, chapee. Casi siempre estuve en las brigadas encargadas de hacer carreteras, desde crear los terraplenes hasta tirar el asfalto”.
“Con la Villa fue igual, seleccionaron a las mejores familias y bueno me tocó. Fui durante dos mandatos delegado de la comunidad y en dos mandatos diputado a la Asamblea del Poder Popular Nacional. Este es mi hogar, no me imagino lejos de acá”.
La Villa se llama Ciriles, un onomástico nacido de la combinación de los nombres del dueño de la casa y del artista que la decoró con su arte, en este caso Lester Campa.
Las Terrazas es un sitio de paz, de tranquilidad. De gente laboriosa que ama con cada parte de su ser un sitio donde lo real y maravilloso se mezclan para hacerte vibrar.