María Antonia Martínez Sánchez busca en la memoria los retazos del recuerdo, como cuando en su profesión de costurera unía los fragmentos de tela; ahora hurga porque un siglo de vida y dos años más en esa cuenta no son poca cosa.
¿Hay algún secreto para la longevidad? Quizás la pregunta suene retórica, pero se hace obligatoria ante alguien que nació en el año 1920 y ha sido partícipe del fin y el comienzo de un siglo, del cambio. Sus ojos fueron testigos de hechos históricos, culturales y políticos trascendentales…
“Realmente no lo hay, no creo que haya hecho algo fuera de lo común o distinto. Solo he trabajado un montón. Incluso no pensé que llegaría a esta edad. Fui una niña enfermiza, mis padres me llevaron con un santero de aquí de Guanajay; porque siempre padecía de algo”.
“Allí estuve varios meses, en la casa de Florentino Varela, muy reconocido en esa época. No puedo decir el tiempo con exactitud, pero me cuidaban, me peinaban y mejoré mucho”.
María vive actualmente en Guanajay al cuidado de una sobrina. No tuvo hijos, pues decidió no casarse con el muchacho que la pretendía: eran otras épocas, otras visiones.
De sus años de niñez, que transcurrieron en este mismo sitio, no olvida sus días como estudiante; su sueño era convertirse en maestra, pero la familia no pudo costearle los estudios, así que se mudó a La Habana donde vivía con dos de sus nueve hermanas y trabajaba como empleada doméstica en dos casas: la de una norteamericana y la de una española. En ambos lugares lavaba, limpiaba, cocinaba, fregaba…
Llegó el año 1959 y con él la posibilidad de no ser más una empleada doméstica. Comenzó a laborar de día en un taller donde se confeccionaban artículos de yarey: sombreros, jabas. Por la noche estudiaba corte y costura; y estuvo presente en cada tarea, en donde más falta hacía.
“Me encantan las manualidades, hasta casi los 100 años estuve cosiendo y haciendo cositas: tapetes, juegos para la cocina, cojines”.
Pero el tiempo es implacable y según reconoce su sobrina es bien activa, no obstante ya no puede coser, ni tejer. “Debo seguirla por la casa, porque camina y quiere hacer cosas no acordes para la edad”, asegura.
“Siempre estuve de aquí para allá, íbamos a la caña, lo mismo en Matanzas que en Pinar del Río. A trabajos voluntarios asistí a un montón. Estaba donde era más útil”, dice.
Para María no existe el secreto de la longevidad. A sus 102 años cumplidos en noviembre de 2022, se alimenta bien, y su vida me hace recordar al personaje del cuento Francisca y la muerte, de Onelio Jorge Cardoso.
Adora los dulces, el chocolate y ama a sus sobrinos. Por la casa familiar quedan las huellas del trabajo de sus manos, de la profesión a la que le dedicó casi toda una vida. La enseña orgullosa y también la jaba de retazos que atesora al igual que sus recuerdos.
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