En la clase de Español de Cuba -con perfil antropológico y lingüístico- del Dr. en Romanística y Ciencias Filológicas Sergio Valdés Bernal, en la Facultad de Letras de la Universidad de la Habana, conocí de los símbolos nacionales cubanos más que en otro espacio.
El investigador, integrante de la Academia Cubana de la Lengua y miembro de la Fundación Fernando Ortiz, llenó siempre el aula con un marcado auditorio cosmopolita, y su español, sin apartarse del estándar académico, envolvía a todos.
En su clase de apertura al curso, ¿qué mejor introducción?, nos abordó con tremendas curiosidades sobre el origen de los símbolos patrios, que ignorábamos aun los nativos, y con profundas y cuantiosas indagaciones desbordó más de una vez el discurso oficial en los libros de texto.
Allí supe que el nombre onomatopéyico ‘tocororo’ podía ser de origen indígena; y que la piña, interpretada antes que la Palma Real como símbolo insular de lo propio, es un vocablo con “denominación asociativa” que otorgaron los españoles -por su similitud con el piñón del pino, que sí conocían-, y nada pareciera tener que ver con el ananás (del tupi-guaraní) o la yayama, nombre indígena de la famosa piña.
Asimismo, la flor Mariposa, que trasladó valiosísimos mensajes en el cabello de las cubanas durante la guerra de independencia, es proveniente de la India y no autóctona de Cuba como pudiera presumirse.
La estrella en la bandera de Narciso López (cinco barras y triángulo equilátero), de 1849, representa los cinco principios de la masonería en Cuba y fue concebida por masones en la Isla; cuyos colores, rojo y azul, corresponden a la tradición republicana y fueron tomados de la bandera francesa. Siendo la bandera de Carlos Manuel de Céspedes, una mezcla proveniente de la de California y la de Chile.
Además, el Escudo presenta el tipificado e idílico paisaje cubano presente en la lírica y la plástica tanto como en el imaginario, cuyas fasces (troncos de madera sujetos por una cuerda) tienen su origen al otro lado del mundo, en Roma. Por su parte, el gorro frigio, ‘rojo’, representa el quinto grado de la masonería que se remonta a la tradición antigua de quien se ponga el gorro, toma la palabra.
En cuanto a la melodía del Himno Nacional guerrero, escrito por el bayamés Perucho Figueredo, nos informó que fue instrumentada, por un hombre de tez negra, que en el contexto y la época podía significar algo verdaderamente insólito.
Extraordinaria es la riqueza de esta nación, el sincretismo y la abundancia de nuestro linaje, el “ajiaco” que refería Fernando Ortiz, la transculturación, o la hibridez que expresara Cornejo Polar. Nuestra cultura es una sumatoria de inquietos granos de historia y audaces elementos que constantemente la enriquecen y engalanan.