Contaba con talento suficiente para encaminar su obra por diferentes senderos; pero, en medio de ese vendaval creativo que asalta a los creadores, sintió al pez como el gran símbolo que marcaría la mayor parte de sus propuestas en el lienzo y el grabado.
Así lo decidió el pintor bautense Álvaro Pérez Medina, un artista de larga y fecunda trayectoria, que acaba de fallecer en la capital cubana a la edad de 62 años, luego de quince días de intensa batalla contra diversos padecimientos de salud.
Álvaro, con creaciones de su autoría en diversas naciones, entre ellas México, Venezuela y España, presente también en diversas exposiciones en Cuba, constituyó parte sustantiva de un grupo de pintores que aportaron a Bauta un respetable aire cultural en los primeros años de este siglo, pues pocos municipios cubanos pudieron o pueden darse el lujo de contar con cerca de 40 pintores enfrascados en las más diversas maneras de afrontar los retos de las artes visuales.
Respecto a la simbología y permanencia del pez en sus creaciones, fue siempre muy claro: lo entendía como un símbolo libertario, capaz de moverse por el planeta entero sin responder a absurdas fronteras que le cortaran el paso. Y después de la vida, nada es más importante ni sublime que la libertad. Aunque a veces ni el valor de la propia vida la supera.
Será imposible no recordar a Álvaro, El Gordo, con su flamante tabaco y su dentadura perfecta, siempre fraguando algún proyecto, siempre metido en los vaivenes creativos de su taller en las afueras de Bauta, independientemente de si corrían buenos o malos tiempos para el mercado de las artes visuales.
Será imposible no recordarlo lleno de energías, contagiando a su esposa, la escritora Ana Margarita Valdés, el amor por la infinita aventura de los peces, convertidos en poesía por ella y en trazos simbólicos y seguros por el pintor que acaba de abandonarnos, pero nos deja jugosa obra en esta orilla del mundo.