Educar no lleva fórmulas preconcebidas. Cada maestro, como reza el refrán popular, tiene su librito, pero indudablemente el afecto, la paciencia, el saber, la pasión, el conocimiento y una pizca de constancia constituyen parte de ese brebaje que forma a un profesor.
Para María Teresa Ordaz Betancourt el elemento fundamental es el amor. Tere, como cariñosamente la llaman en el círculo infantil Piquito de Coral, en Caimito, es auxiliar pedagógica con 36 años de experiencia en la primera enseñanza.
Este año cumplió las 60 primaveras, se retiró y volvió a reincorporarse al mismo centro. Su vida ha transcurrido entre risas, llantos y rodeada de enanos bajitos. Incluso asegura haber cuidado a más de una generación de una misma familia: padres e hijos o tíos y sobrinos.
“Siempre he sido auxiliar y realmente amo trabajar con los niños. Ver cómo avanzan, aprenden y crecen”.
Eligió este camino y no se arrepiente. Aunque su sueño era ser maestra de Historia, la vida la llevó por un rumbo diferente. “Comencé en este trabajo con poco más de 20 años, sin embargo me flechó desde el momento cero.
“En esa etapa conjugaba mi labor con el estudio. Durante dos años estuve en la Filial de Ceiba para titularme, y ya con más edad cogí el 12 grado en la facultad. Siempre he tratado de aprender, de superarme”.
Su día a día transcurre en el aula de cuarto y quinto años de vida de la institución educativa, una constante en estos últimos tiempos. Ha trabajado en todos los ciclos e incluso cuidó lactantes en la época en que se admitían infantes desde los primeros meses de vida en los círculos infantiles, instituciones creadas hace más de 40 años en Cuba.
“Mis chiquillos me dicen “seño” Tere, y los adoro. Amo de ellos su expresividad, por lo tanto ese es un factor que exploto. Les enseño a saludar en las mañanas, a jugar. Apoyo con mi labor a las educadoras y además confecciono diferentes medios de enseñanza. Esta es mi vida y el círculo mi casa”.
No falta el saludo cordial de quienes han crecido junto a ella. Ya siendo adultos, muchos de los niños y niñas saben el importante rol que jugó en su formación.
“A veces una cree que no la van a reconocer tras el paso del tiempo y nunca es así. Hombres y mujeres me llaman en la calle y eso me da alegría, es la mejor muestra para medir mi trabajo. Todo ese cariño me satisface y me complace saber que yo los guie en los primeros años del saber”.
La semillita de la educación es parte de esta familia. Su única hija es maestra de Geografía: “cumplió en buena medida mi gran sueño y vivo orgullosa de ella; mi otra razón de ser es mi nieto”.
En su librito personal no falta la dedicación a los niños y el cariño, elementos que María Teresa considera fundamentales en una educadora. A las nuevas generaciones siempre les recomienda que cuando elijan este camino sea desde la pasión y el corazón, porque amar lo que uno hace es el único camino del éxito.
Hoy Tere vive rodeada de pequeños. Alejarse de aquí parece entonces impensable, porque respira y vive para formar generaciones mientras educa desde el alma.