Ni el dinero puede comprar vidas. De ser así, en la nación más industrializada del mundo, en la primera economía del planeta, el huracán Ian no se la hubiera arrebatado a más de cien personas, mientras en Cuba, un país bloqueado del Tercer Mundo, perdimos dos.
Por supuesto, lo que hace la diferencia en el número de víctimas fatales no son los ingresos. El salario medio mensual en Pinar del Río y Artemisa, los más afectados por el fenómeno meteorológico reciente, alcanza 3 917 pesos en la primera y 3 714 en la segunda, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI). El cambio en el mercado informal los convierte en unos 20 MLC.
Entretanto, en Florida, Estados Unidos, el salario mínimo asciende a 11 USD la hora, unos 2 112 cada mes. Aun así, expertos calculan que sigue estando muy por debajo de cuanto se necesita para vivir en ese estado norteamericano, lo cual estiman en 35.34 la hora, de acuerdo con El Nuevo Herald. Pero la “lógica” que muchos suelen reprocharnos es que ganan 105 veces más.
Insisto, evidentemente los daños humanos y la eficacia en el enfrentamiento a los estragos causados por Ian, nada tienen que ver con el potencial económico o la disponibilidad de fondos.
Una revisión el viernes 7 al portal PowerOutage.us, revela que más de 122 000 clientes siguen sin electricidad en Florida, y más de 75 000 en Puerto Rico. Por si no bastara, fuentes oficiales expresaron que podría tomar semanas restaurar el servicio en su totalidad.
En cambio, en Cuba, en la economía número 62 por el volumen de su Producto Interno Bruto (PIB) y en el puesto 75 del ranking por el PIB per cápita (en 2020), la restauración del servicio eléctrico es tarea de primer orden.
Las autoridades de Florida han recibido una lluvia de críticas por no haber insistido en el plan de evacuación. ¿Y las del país? Solo una semana después llegó el presidente Joseph Biden.
En el caso de Puerto Rico, su Estado Libre Asociado, es incluso peor. Bien recuerdan la visita de Donald Trump, dos semanas después del huracán María, en 2017, cuando lamentó que descuadraran el presupuesto federal debido a los gastos relacionados con el ciclón y les lanzó rollos de papel sanitario a los ciudadanos como balones de baloncesto.
Finalmente, la administración de Trump impuso fuertes requisitos para el desembolso de los fondos.
Todavía el martes, 67 escuelas no habían podido reanudar sus operaciones normales por la falta de electricidad, a causa de Fiona, el huracán previo a Ian. Igual quedaban más de 20 000 personas sin servicio eléctrico en Canadá, a 10 días del paso de Fiona.
Y Biden acudió a Puerto Rico a poco más de un mes de las elecciones legislativas estadounidenses, para tratar de ganar simpatías entre los boricuas, de los cuales más de un millón de electores reside en Florida. Allí prometió desembolsar 60 millones en ayuda, irrisorios frente a los 17 000 millones destinados a Ucrania.
Bien diferente ocurre en este archipiélago, donde el Presidente de la República de inmediato acudió a los sitios más urgidos de auxilio, y cada día recorre los barrios más vapuleados por los vientos o el mar, entra casa por casa, saluda a todos, explica, escucha, impulsa la llegada de recursos para socorrer y reconstruir.
Lo que hace la diferencia no es el poder económico. Ni el dinero puede comprar vidas, ni la riqueza llega hasta donde hay problemas. Se trata de educar a la población sobre cómo preservar su integridad y sus bienes. Se trata de la prioridad que el Gobierno le concede al pueblo. Por eso el abrazo emocionado a su Presidente de una abuelita en el hogar de ancianos del consejo popular Luis Carrasco, en Bahía Honda. Ya cuando preparaban el salón para recibirlo, ella decía: “Hay fiesta, me voy a poner mi ropita nueva y gritar ‘Viva Díaz-Canel’”.